India, Pakistán: El orden global se resquebraja

Por Gonzalo Armua
El recrudecimiento del conflicto entre India y Pakistán a raíz del atentado perpetrado el pasado 22 de abril de 2025 en la Cachemira administrada por India constituye no sólo un episodio crítico en una disputa bilateral de larga data, sino también un síntoma del progresivo resquebrajamiento del orden internacional contemporáneo.
Los hechos recientes
El 6 de mayo de 2025, India lanzó la «Operación Sindoor», una serie de ataques con misiles dirigidos a nueve presuntas bases terroristas en Pakistán y en la región de Jammu y Cachemira administrada por Pakistán. Esta acción fue en represalia por el atentado ocurrido el 22 de abril en la Cachemira controlada por India, que dejó 26 muertos, en su mayoría turistas. India responsabiliza a grupos militantes respaldados por Pakistán, aunque Islamabad niega que haya tenido alguna intervención. El gobierno de Pakistán condenó los ataques recibidos como una «provocación atroz» y afirmó que al menos tres civiles, incluido un niño, murieron en los bombardeos y afirmó haber derribado dos aviones indios y prometió represalias en el momento y lugar que considere apropiados
La disputa por Cachemira —territorio montañoso y estratégico, de mayoría musulmana, ubicado en el extremo noroccidental del subcontinente— no puede entenderse sin retroceder a las secuelas de la retirada británica en 1947, que lejos de constituir un acto ordenado de descolonización, dejó tras de sí un legado de líneas fronterizas mal definidas, desplazamientos masivos de población y masacres intercomunitarias que marcaron a fuego las relaciones indo-pakistaníes. Desde entonces, ambos países han librado tres guerras convencionales (1947-1948, 1965, 1971), han sufrido enfrentamientos de alta intensidad como el de Kargil en 1999, y han mantenido un estado de guerra larvada, expresada en escaramuzas regulares en la Línea de Control (LoC) que divide Cachemira y en crisis como la de 2019, tras el atentado de Pulwama. Fernando Duclós sintetiza y explica muy bien este proceso: https://x.com/periodistan_/status/1917586268629917885?t=4IEGA31u86-xy78vD4C5WA&s=08

El conflicto en el contexto actual
Sin embargo, sería reduccionista atribuir la escalada actual únicamente a las variables históricas, religiosas o identitarias. Lo que distingue el momento presente es su inserción en un escenario global marcado por una crisis de hegemonía, en la que los mecanismos de contención que en décadas previas limitaban el escalamiento de los conflictos regionales se hallan crecientemente debilitados. En otras palabras, el conflicto indo-pakistaní opera hoy como un prisma a través del cual es posible observar las fisuras del orden liberal internacional, tal como fue configurado tras 1945, y cuya crisis actual ha sido señalada por autores como John Ikenberry (2018) y Michael Cox (2021), quienes destacan no sólo el declive relativo del poder estadounidense, sino también el desmoronamiento de las normas, instituciones y consensos multilaterales que sostenían la arquitectura de gobernanza global.
Entre las principales grietas institucionales puede mencionarse, en primer lugar, la parálisis del Consejo de Seguridad de la ONU, cuya capacidad de actuación se ve bloqueada tanto por la división entre las potencias permanentes —Estados Unidos, China y Rusia, cada una con intereses divergentes en Asia— como por la pérdida de legitimidad acumulada tras décadas de intervenciones selectivas y omisiones cómplices. A ello se suma la debilidad de los foros regionales, como la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), donde India y Pakistán coexisten como miembros desde 2017, pero cuyas capacidades de mediación resultan insuficientes frente a crisis de alta intensidad, revelando las limitaciones de las arquitecturas multilaterales emergentes frente a conflictos interestatales.
Desde una perspectiva geopolítica, la dinámica entre actores globales profundiza el cuadro de desorden. Durante la Guerra Fría, Estados Unidos apostó a consolidar su relación con Pakistán como parte de su política frente a la URSS. Pero desde inicios del siglo XXI ha estrechado los lazos con la India, que es concebida como pieza clave del Indo-Pacífico y de su dispositivo de contención frente al ascenso de China. Beijing a la vez mantiene su relación estratégica con Islamabad materializada en megaproyectos como el Corredor Económico China-Pakistán (CPEC), pieza fundamental de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, aunque al mismo tiempo preserva relaciones pragmáticas con India por razones comerciales y de estabilidad fronteriza. Rusia, históricamente vinculada a India durante la Guerra Fría, se halla actualmente atrapada en su aislamiento internacional tras la invasión a Ucrania, reduciendo su capacidad de actuar como mediador en Asia del Sur.
El factor nuclear, ausente en los primeros enfrentamientos del siglo XX, agrega hoy un elemento de disuasión y, paradójicamente, de riesgo: si bien la posesión de armas nucleares ha operado como freno para evitar una guerra a gran escala, la creciente integración de tecnologías como drones, misiles hipersónicos e inteligencia artificial en los arsenales de ambos países aumenta la probabilidad de errores de cálculo o escaladas no intencionadas. Según el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI), India y Pakistán mantienen aproximadamente 160 y 165 ojivas nucleares respectivamente, cifra que, aunque modesta comparada con las potencias globales, resulta suficiente para provocar un daño humanitario y ecológico irreversible en caso de enfrentamiento abierto.
El plano económico tampoco puede ser ignorado. India es la quinta economía mundial en términos nominales y el principal importador de armas del planeta, desempeña un papel crucial en cadenas globales de valor, particularmente en sectores como tecnología de la información, farmacéutica y manufactura ligera. Pakistán, en contraste, enfrenta una severa crisis económica marcada por déficit fiscal, inflación creciente y dependencia del financiamiento externo, lo que no ha impedido, sin embargo, un sostenido gasto militar que representa aproximadamente el 4% de su PIB. Un conflicto armado prolongado tendría repercusiones inmediatas sobre los flujos comerciales de la región, afectando no sólo a las economías vecinas, como Afganistán, Bangladesh o Sri Lanka, sino también al sistema económico global interdependiente.
Es imprescindible incluir, asimismo, el papel de los actores no estatales. Organizaciones como Lashkar-e-Taiba y Jaish-e-Mohammed encuentran en la escalada bélica un terreno fértil para la radicalización, la obtención de recursos y el reclutamiento, exacerbando los ciclos de violencia en Cachemira y dificultando cualquier intento de desescalada diplomática. Por otro lado, la industria armamentista global se erige como uno de los beneficiarios indirectos del conflicto, alimentando un círculo vicioso en el que la inseguridad genera demanda de armamento y la militarización refuerza la inseguridad.
Resulta fundamental advertir que la crisis indo-pakistaní no constituye un episodio excepcional, sino que forma parte de un patrón más amplio de fragmentación del orden global. La erosión de las costuras institucionales se observa también en otros escenarios: la guerra de Ucrania y la parálisis del Consejo de Seguridad; la guerra en Gaza y la deslegitimación del derecho internacional humanitario; las disputas en el Mar del Sur de China y el debilitamiento de las normas de libre navegación. Como ha planteado Achille Mbembe (2021), asistimos a un tránsito hacia formas de poder difuso, policéntrico y, a menudo, opaco, donde los viejos mecanismos de regulación pierden eficacia (si alguna vez la tuvieron) frente al “capitalismo gore” y sus explicitas lógicas de competencia feroz y acumulación desenfrenada.
¿Hacia un nuevo orden global?
Este mundo multipolar, del que tanto se habla, no es todavía un nuevo orden: es un desorden que crece. Un desorden donde actores locales, regionales y globales juegan sin reglas claras, donde las armas nuevas, drones, inteligencia artificial, propaganda digital, amplifican la violencia, y donde las víctimas siguen siendo las de siempre: los pueblos empobrecidos, los migrantes, las mujeres, los niños, los trabajadores que pagan con su sangre y su pan las aventuras de los poderosos.
El conflicto entre India y Pakistán, entonces, no se explica solo por razones internas, aunque las haya: el reclamo sobre Cachemira, los extremismos religiosos, los cálculos electorales. Se explica también porque en un mundo desordenado, sin marcos colectivos de contención, las tensiones regionales se inflaman con más rapidez y menos frenos. Las costuras que antes aguantaban, el multilateralismo, los acuerdos de no proliferación, las diplomacias preventivas, hoy están gastadas, rotas, dejadas de lado. El orden internacional, representado por los sistemas normativos, las instituciones multilaterales y los consensos mínimos de convivencia interestatal, muestra signos de agotamiento y de resquebrajamiento bajo la presión de dinámicas locales, regionales y globales. Y nada indica que la comunidad internacional tenga la capacidad para detener este proceso de deterioro.