10 de febrero de 2025

Eric Cantona, a working class hero

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Por Daniel Gray

El 25 de enero de 1995, el fútbol inglés vivió uno de sus momentos más impactantes cuando Eric Cantona, estrella del Manchester United, lanzó una patada voladora contra un aficionado del Crystal Palace. Aquel episodio, que trascendió el ámbito deportivo, adquirió una fuerte carga política y simbólica, convirtiéndose en un gesto de resistencia frente a la intolerancia.

Eric Cantona nació el 24 de mayo de 1966 en Marsella, Francia, en seno una familia de la clase trabajadora. Sus abuelos eran catalanes republicanos que habían escapado de España durante la Guerra Civil. Su padre, Albert Cantona, era un enfermero y pintor aficionado, su madre, Éléonore Raurich, tenía raíces italianas, y juntos inculcaron en Eric y sus hermanos una fuerte conciencia social y artística.

Cantona pasó su infancia en el barrio de Les Caillols, en Marsella, donde comenzó a jugar al fútbol desde muy joven. Inició su carrera profesional en el Auxerre. Y desde muy chico, dio muestras de un personalidad pasional y competitiva. Tras su paso por clubes franceses como Marsella y Nîmes pasó al Leeds United en 1992, lo que marcó un punto de inflexión, pero fue en el Manchester United donde se convirtió en una auténtica leyenda, liderando al equipo bajo el mando de Sir Alex Ferguson.

La patada que sacudió el fútbol y la política

Aquel día, en Selhurst Park, Cantona fue expulsado por una falta sobre Richard Shaw. Mientras abandonaba el campo, un aficionado del Crystal Palace, Matthew Simmons, descendió varias filas de asientos para gritarle insultos racistas y ultraderechistas. La respuesta del delantero francés fue inmediata: un salto acrobático que derivó en una patada directa al pecho de Simmons.

El impacto de esta acción fue inmediato. Cantona fue sancionado con nueve meses de suspensión, una multa de 20.000 libras y servicios comunitarios. Sin embargo, más allá de la condena oficial, el gesto provocó un debate que superó lo futbolístico.

Un símbolo de resistencia

En los años 90, el fútbol inglés aún arrastraba problemas relacionados con el racismo y la violencia en los estadios. Las tribunas eran las trincheras en donde la extrema derecha británica se expresaba con gritos y carteles. La patada de Cantona no solo fue una reacción visceral, sino también un desafío a la ideología xenófoba, racista y clasista.

El propio Cantona alimentó la dimensión simbólica del acto. En una de sus escasas declaraciones tras el incidente, pronunció su enigmática frase sobre su visión del acoso mediático y su acto de violencia política: “Cuando las gaviotas siguen al barco pesquero, es porque esperan que les arrojen sardinas”.

Años más tarde, en una entrevista con The Guardian, reafirmó su postura: “Fue un error en la forma, pero no en el fondo. No se puede aceptar que el odio se normalice en el fútbol”. En otra ocasión, en una charla con la BBC, dijo: “Si volviera atrás, lo haría otra vez. Fue un acto instintivo contra algo inaceptable”.

Reacciones y legado

Mientras la prensa británica lo condenaba, en Francia y el resto del mundo muchos lo vieron como un gesto de dignidad. Incluso políticos y artistas defendieron a Cantona, argumentando que la intolerancia debía ser combatida en todas sus formas. El actor y director francés Mathieu Kassovitz declaró: “Cantona hizo lo que muchos soñaban hacer contra el racismo”. Jean-Marie Cavada, político y periodista, también expresó su apoyo, señalando que “en un fútbol aún contaminado por discursos de odio, la respuesta de Cantona fue simbólica y necesaria”. Además, figuras del cine y la música como Vincent Cassel y Manu Chao elogiaron su valiente actitud contra el racismo.

En entrevistas posteriores Cantona siempre reafirmó su convicción de que, aunque se había equivocado en la forma, nunca se había arrepentido del fondo de su acción.

El episodio dejó huella en el fútbol y en la cultura popular. La imagen de la patada se convirtió en un ícono, utilizada en campañas antirracistas y en la reivindicación de un fútbol más inclusivo. Además, consolidó la figura de Cantona como un rebelde, un hombre que nunca aceptó el fútbol como un simple juego, sino como un reflejo de las tensiones sociales y políticas de su tiempo.

Tres décadas después, la imagen de este profesional del fútbol que reivindica su pertenencia a la clase trabajadora, inmigrante, pateando a un fascista sigue viva. La acción de Cantona nos recuerda que frente al fascismo, al racismo y al clasismo, no hay que dudar. Esta tarde en Buenos Aires, en otras ciudades de Argentina y en otras capitales del mundo miles de personas, van a darle una patada al fascismo racista y homofóbico.

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