17 de marzo de 2025

Con Francisco no se jode

Por Rodolfo Parisi

Tuve el honor de conocer a Jorge Bergoglio hace veintitantos años, a principios de siglo, por una gestión de su amiga, la incansable e insobornable Alicia Oliveira. Entonces, yo trabajaba como abogado en la Defensoría del Pueblo de la Ciudad y los temas comunes a abordar eran infinitos. 

El entonces obispo no sólo era un tipo simple, llano y afectuoso en el trato. Era, además, un típico producto de la Compañía de Jesús: comprometido con su causa más allá de sus propias fuerzas, sabía todo acerca de la población vulnerable de la ciudad más rica del país y no le escatimaba dedicación, tiempo ni energía.

Recuerdo como si fuera hoy, allá por marzo de 2013, la extraña sensación que compartíamos muchos militantes cristianos cuando fue consagrado como papa Francisco. 

Alegría enorme y orgullo por él, certeza de que era merecido y la intuición de que  nada mejor podía ocurrirle a la Iglesia, una institución que necesitaba desesperadamente volver a las fuentes. A la vez, cierta pena, un poco egoísta, por supuesto, porque ya no lo encontraríamos en el subte ni compartiremos las reuniones de trabajo.

La vida cruzó mi camino con el del padre Paco Olveira. Nos hicimos amigos, fui asiduo concurrente a su parroquia en la Isla Maciel. Pinté para él, allá por 2018, para las paredes de esa capilla humilde, pero llena de luz, vida y alegría, un retrato de quien hoy es San Oscar Arnulfo Romero.

El obispo Romero fue asesinado por la dictadura  salvadoreña en 1980 porque sus sermones eran peligrosamente revolucionarios. Lo cosieron a balazos, como a nuestro Carlos Mugica. El retrato quedó bien, pero le faltaba algo para poder colgarlo: la bendición de Francisco. Allí fuimos, con mi compañera Susana, con la obra celosamente protegida en un portarollo de arquitecto. Recuerdo que Francisco sonrió, agradeció, bendijo y mandó saludos para Paco. Desde entonces, no volví a tener el honor de tratarlo de manera directa.

La semana pasada, como tantos, asistí a la misa de desagravio  que se le realizó en la parroquia de la virgen de Caacupé, en la villa 21 24, popularmente conocida como Zavaleta, en el sur pobre de nuestra desigual ciudad. La organizaron los Curas Villeros, que responden directamente a él y trabajan bajo sus directivas.

Francisco no estaba, obviamente, pero éramos tantos los que nos reunimos en su nombre, dispuestos a defenderlo y reivindicarlo, que al menos una partecita de su espíritu nos acompañó. No fui el único en vivirlo de ese modo. Había fuerte presencia sindical y política. Sería imposible nombrar a todos e injusto nombrar a algunos. 

La conclusión es simple. Somos un país plural, tolerante y  multirreligioso, pero nuestro pueblo es profundamente cristiano. Por eso lo son también sus representantes, surgidos de allí. 

Quién ofenda eso, como hizo este muchacho Milei en términos irreproducibles, sea por desconocimiento -que es una forma de torpeza inadmisible en los ámbitos del poder- o por malicia -a sabiendas de lo que provocaría-, no puede conducir a su pueblo. Con Francisco no se jode. El otro día lo dejamos en claro. Somos un pueblo pacífico, pero todo tiene un límite.

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