17 de marzo de 2025
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Por Julián Otal Landi

Vivimos tiempos de turbulencias en el Panic Horror Show nuestro de cada día. Por lo pronto, las apuestas parecen tomar mayor color, al menos desde el lado oficialista. A toda luz, improvisación es algo que el Gobierno no tiene. Puede que la idiotez sea deliberada, pero también porque existe una aceptación hacia lo disparatado. Lo que vivimos es una alegoría de lo outsider de la política. La mezcla de hartazgo con la creciente apatía de la población envalentona a la audacia del gobierno a desplegar una inmensidad de gestos “políticamente incorrectos”.

Lo que tenemos en claro, luego de lo acontecido en la última semana, fue el reconocimiento del verdadero adversario del gobierno. Se trata del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof. Milei aprovechó la sangre derramada de otra víctima de la inseguridad y con una bravuconada, típica de su estilo arrogantes, amenazó con intervenir la provincia. Milei actuó en consonancia con el aparato algorítmico que hizo trending topic con la supuesta inoperancia del gobernador para atender a las demandas de la población por mejor seguridad. Lo acusó de proteger la delincuencia (la chicana clásica del gorilismo contra el kirchnerismo), buscando contrastarlo con la parafernalia rambonil de Patricia Bullrich. Finalmente, el ultimo indicio fue el más jugado: el acting entre Caputo y Manes que manifiesta otro eslabón de la política circense. Darle entidad a un radical que apoya la política del gobierno pero que está en contra de los modos (es decir no está en contra de la política de fondo, “y para el Fondo”), con la intención de candidatearlo para restarle votos “progres” a la fuerza opositora que intenta aglutinar Kicillof.

La suerte está echada, el campo popular tiene que estar atento de no caer en los sectarismos del kirchnerismo y del peronismo ortodoxo. Es que, si la jugada le sale bien al oficialismo, se pronostica larga vida a esta segunda vuelta de pizza con champán en nuestras tierras.

Sarmientudos, pero al revés.

Domingo Faustino Sarmiento, a través de su obra inmortal “Facundo. Civilización y barbarie”, contaba que, escapando de la mazorca rosista rumbo a Chile, escribió en uno de los baños de El Zonda: “On ne tue point les idées”. Quedaría para el deleite del Billiken y las maestras de grado aquella frase traducida al castellano: “¡Bárbaros!, las ideas no se matan”. Claro, el hecho contestatario y temerario (quien además inauguraría la costumbre de protestar escatológicamente, actitud retomada siglo más tarde por Tanguito y Litto Nebbia para quejarse de “este mundo de m…” desde un baño en el barrio de Once) en realidad era una boludez iluminista: quién iba a entender lo que quería decir este cristiano si no está hablando en criollo. Ni las supuestas hordas mazorqueras, ni los niños de la primaria podrían entender aquella frase escrita en francés. Al fin y al cabo, el autor de “civilización y barbarie” daba muestras de un clásico barbarismo: el término “bárbaro” proviene de los antiguos griegos que cuando se cruzaban con los extranjeros no les entendían nada. Bárbaro, entonces, significaba “balbuceo”, un mero “bla bla” inentendible. Precisamente aquel hecho ilustre de Sarmiento inauguraba la fiel costumbre de manifestar una posición de la que nadie entiende ni necesita, pero “queda bien”.

Aquella mala costumbre fue adoptada por el progresismo kirchnerista, paradójicamente, los detractores de Sarmiento. Terminan siendo “sarmientudos, pero al revés” como los calificaría magistralmente el inolvidable Luis Alberto Murray. Los “Sarmientudos” son aquellos que reproducen el legado sarmientino sin ningún tipo de indagación, pero los “sarmientudos al revés” son peores porque reniegan del sanjuanino pero terminan cayendo en los mismos desvaríos. El progresismo persiste en los enunciados que “quedan bien”, no leen ni el termómetro social, mucho menos agarran algún libro de Perón (porque era “facho”). Se pierden en los enunciados y cuando quieren parecerse a los libertarios hacen el ridículo. El mejor ejemplo de la contribución al absurdo se dio cuando Cristina asumió la presidencia del Partido Justicialista con todos cantando y arengando con la canción “Fanático” de Lali Esposito. No, el PJ no devino en seguidores de la ex teen angel, sino que pretenden adoptar dicha canción “antilibertaria” (cuya significancia merecería un capítulo aparte) para sus fines, como si automáticamente los que están “en contra de” pasarían a sus filas con dicho gesto. Pretenden reaccionar en la misma sintonía que lo hace el libertarismo, pero no decodifican el mensaje. No interpelan a nadie, por el contrario, sólo escriben palabras inentendibles en los retretes del baño. En el medio quedan, abandonadas, las verdaderas demandas del Pueblo. Pero el Pueblo ya no está, ni siquiera como enunciado de campaña. Sin embargo, el hambre, el desempleo y la miseria persisten más allá de los herederos de la caja boba. Las históricas banderas del justicialismo siguen abandonadas sobre el barro, mientras la vida política sigue perdida ante las bravuconadas del gobierno y sus intrépidos bots.

En tanto, curiosas paradojas posmodernas, la clásica diatriba del peronismo que siempre se destacó por su impronta aguerrida, contestataria ante el prolijo discurso liberal ahora pareciera cantar aquellos versos de Discépolo:

“¡Decí, por Dios, que me has dao

Que estoy tan cambiao!

¡No sé más quién soy!

El malevaje extrañao

Me mira sin comprender

Me ve perdiendo el cartel…”

Seguir sin un norte claro solo agudizaría la astuta jugada del Gobierno: “divide et impera”. En ese sentido, el único opositor que podría salir airoso de las futuras escaramuzas, Axel Kicillof, deberá jugar calculadamente, cual partida de ajedrez extraña. Extraña porque debe delinear un discurso real, concreto, esto es, esencialmente justicialista. Y deberá convencer al progresismo de que acompañe, (y que deje de hablar en otro idioma).

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