17 de marzo de 2025

“La sustancia” de Coralie Fargeat: cine y normas de género

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Por Carolina Flores

El cine tiene el poder de visibilizar y cuestionar las normas sociales que estructuran nuestras vidas cotidianas. Entre estas normas, el género emerge como una de las categorías más fundamentales y, a menudo, naturalizadas. “La sustancia” (2024), dirigida por Coralie Fargeat, explora temas como la obsesión por la juventud y la belleza, y cómo esta obsesión condiciona la percepción de los cuerpos, el paso del tiempo y de la feminidad. Se destaca por la brutalidad con la que expone la existencia de normas de género que empujan a la protagonista a un final trágico y sangriento, con escenas de violencia explícita, rasgos propios al subgénero cinematográfico al que pertenece la película: “body horror”.

Elizabeth Sparkle, interpretada por Demi Moore, es la protagonista de la película, una actriz que al cumplir los 50 años recibe la noticia de que será reemplazada del programa de televisión que protagoniza. El motivo, como lo sostiene el director de la cadena televisiva, es que “a los 50 [para las mujeres] simplemente se detiene [la vida]”. Al ver el ocaso de su carrera entra en crisis y esto la lleva a consumir una droga experimental (“la sustancia”) para crear una versión más joven y mejorada de sí misma.Hasta aquí, cualquiera en Estados Unidos podría alegar que la trama de la película aborda problemas de gente blanca y rica, “white people problems”. Por el contrario, “La sustancia” describe y narra la desesperación que provoca el envejecimiento desde una perspectiva crítica de la cultura occidental y la relevancia que tienen los estándares sociales de belleza.

La teoría de género para reflexionar sobre las desigualdades

El argumento de esta película ofrece un terreno fértil para una lectura desde la teoría de género porque uno de sus grandes objetivos es el de visibilizar y desnaturalizar las relaciones de poder y las desigualdades. En este caso en un contexto especialmente relevante como es la industria audiovisual.

No es cierto que los estudios de género nieguen la existencia de la genitalidad o la materialidad de los cuerpos. Los debates, en esta disciplina, consisten en describir y analizar las formas, que en que las diferentes culturas, significan y atribuyen roles, ocupaciones, responsabilidades, etc. a los sujetos según esa corporalidad. Por lo tanto, busca comprender las normas sociales que regulan lo que se entiende dentro del binomio masculino y femenino. Los estudios de género vienen a plantear que no hay ninguna “esencia” o “naturaleza” femenina que las mujeres comparten como grupo social que las impulse a ser cuidadoras, coquetas, delicadas, detallistas, comprensivas, emocionales, etc.

El “género” es un concepto que ha trascendido el mundo académico, pero presenta múltiples significados según las distintas bibliotecas que se usen para definirlo. No obstante, uno de los acuerdos transversales es que la teoría de género no persigue fines meramente descriptivos, sino que trata sobre las relaciones de poder entre los géneros. Esto es posible de analizar en la distribución de los roles sociales, el acceso a bienes simbólicos y materiales, y las representaciones y arquetipos, que circulan en un momento dado, acerca de lo femenino y lo masculino.

Judith Butler revolucionó los estudios de género al plantear que el género no es una esencia inalterable, ni un atributo inherente al ser humano, sino que es un acto que se realiza a través de la reiteración de normas sociales. Para Butler, los actos de género son estilizaciones del cuerpo que, al repetirse constantemente, producen la apariencia de algo estable y natural. Este proceso no es individual, sino que ocurre dentro de un marco social que regula y decide los tipos de performances que son legítimos y las sanciones que reciben los que transgreden estas normas. Es decir, nuestra cultura acepta o excluye a las personas según dichas reglas que nos exceden como individuos, pero somos responsables de reproducir.

“La Sustancia”. Reflexiones sobre las normas de género

En “La sustancia”, las alusiones a las reglas de una industria cultural fuertemente masculinizada, donde los cuerpos de las mujeres son productos que deben ajustarse a estándares de belleza imposibles, adquieren una profundidad singular. La película explora estos mandatos sociales que no solo destruyen la subjetividad de la protagonista, sino también su cuerpo. Estos ideales son tan inalcanzables que incluso la versión joven de Elisabeth, llamada Sue, interpretada por la actriz Margaret Qualley, es presentada con un cuerpo construido artificialmente mediante prótesis, maquillaje, extensiones y efectos especiales. Así, el modelo de belleza, que persiguen las protagonistas y que reproduce la industria audiovisual, se revela como una fantasía que aliena y deshumaniza.

La transformación física de Elizabeth no solo responde a una búsqueda de aceptación social, sino que también pone de relieve la arbitrariedad de las normas de género. La droga que consume la protagonista es el medio que le permite encarnar una nueva identidad, tanto el género como la apariencia son construcciones contingentes. La transformación de Elizabeth, lejos de ser un simple cambio estético, refleja las tensiones entre el deseo de encajar en estándares normativos y las experiencias emocionales y corporales que desbordan dichos límites.

Dentro del conjunto de reglas que la protagonista debe seguir, la más importante establece que debe intercambiar lugares con su nuevo yo cada siete días, ya que “las dos son una”. A partir de ese momento, la trama se divide en dos líneas narrativas: una sigue la vida de Sue, “el nuevo yo joven y bella”, mientras que la otra línea muestra a Elizabeth sumida en un estado de inconsciencia, ausencia y ostracismo.

Uno de los momentos clave de la película es la representación de los efectos secundarios de la droga. Elizabeth se observa en el espejo constantemente, revisa fotografías y recuerdos de lo que fue y de lo que ha dejado de ser con el paso del tiempo. La escena en donde ella contempla la bola de vidrio que encierra a una bailarina funciona como una metáfora de su subjetividad atrapada, detenida en una representación de sí misma que ya no le pertenece. El paso del tiempo ha roto el modelo de feminidad que ella representa para sí misma. Esta crisis subraya que el género, al igual que el cuerpo, está en constante transformación y puede ser resignificado.

En “La Sustancia” la protagonista persiste en un camino de autodestrucción. A la vez, las escenas donde la protagonista interactúa en el ámbito público demuestran que las expectativas sociales sobre el género operan como mecanismos de control. La mirada deseante de los hombres hacia Sue, contrasta con el rechazo y el maltrato hacia Elisabeth.

Al tematizar la obsesión por la juventud y la belleza, la directora del film, Coralie Fargeat, expone el modo en que estos ideales refuerzan los mandatos de género, pero también abre un espacio para imaginar formas alternativas de relación con el cuerpo y la identidad. En un contexto donde las identidades disidentes enfrentan crecientes ataques, reflexionar sobre la contingencia del género se vuelve un acto político imprescindible. La película no solo expone las contradicciones inherentes a la construcción del género con respecto a la edad y los cuerpos femeninos, sino que también invita a imaginar mundos más inclusivos y diversos.Las narrativas oficialistas en nuestro país distorsionan el potencial de la categoría de género como herramienta de análisis y comprensión de las desigualdades, promoviendo creencias y prejuicios alejados de su significado en contextos académicos. Estas narrativas, impulsadas desde usinas oficiales y amplificadas por un gran número de adherentes, impactan negativamente en el debate público al reforzar estereotipos y prejuicios. En este sentido, analizar obras como “La Sustancia” desde una perspectiva crítica contribuye a desarticular estas retóricas y a fomentar una comprensión más compleja del género.

Después del Oscar

En la competición a los premios Oscar el pasado 2 de marzo, Demi Moore de sesenta y dos años era una de las candidatas favoritas a ganar por su rol protagónico, pero perdió frente a la joven Mikey Madison con tan solo veinticinco años por su performance en la película “Anora”. Sin subestimar el papel de la ganadora, Hollywood confirma el mecanismo que critica la película: la tiranía de la belleza y la juventud sobre el reconocimiento a una trayectoria de cuarenta años de actuación.

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