16 de marzo de 2025

El Altar de la Patria. El proyecto trunco del peronismo en búsqueda de la unidad nacional

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Por Julian Otal Landi

“(..)se trata de saber olvidar adrede, asi como sabe uno acordarse adrede;

es preciso que un instinto vigoroso nos advierta cuando es necesario ver las cosas

históricamente y cuando es necesario verlas no históricamente.Y he aquí el principio

el que el lector está invitado a reflexionar: el sentido no histórico y el sentido histórico

son igualmente necesarios para la salud de un individuo, de una nación, de una civilización”.

(F. Nietszche)

Un lugar de la memoria es un conjunto conformado por una realidad histórica y otra simbólica. Según Pierre Nora, cuando un personaje, un lugar o un hecho es constituido como lugar de la memoria es que se está desentrañando su verdad simbólica más allá de su realidad histórica. Se trata de constituir un conjunto simbólico y advertir la lógica que las reúne. Por ejemplo, los Lugares de la memoria de la nación francesa se plasman, a decir del propio Nora, en: lo inmaterial, la herencia de larga duración; lo material que comprende el territorio con sus fronteras, el patrimonio y los hombres y, finalmente lo ideal, las ideas fuerza[1].

El 8 de julio de 1974, una semana después de la muerte de Juan Perón, fue promulgada la ley de creación del “Altar de la Patria”, que había sido sancionada por los diputados y senadores nacionales. El artículo 10 de la ley declara que «El frontispicio del panteón tendrá grabada una leyenda que exprese lo siguiente: Hermanados en la gloria, vigilamos los destinos de la patria. Que nadie utilice nuestro recuerdo para desunir a los argentinos”[2].

No obstante, el proyecto no se reducía a la idea megalómana del ministro de bienestar social José López Rega, “El Brujo”, sino que iba en consonancia con la consigna del viejo líder al momento de retornar al país en 1973 al decir que llegaba como “prenda de paz” para unir a los argentinos, paradójicamente horas después de su fallido arribo a Ezeiza en donde un enfrentamiento entre diversos sectores del peronismo terminase con un centenar de muertos y empañando la fiesta de su regreso. Establecer un lugar de memoria y reconciliación histórica significaba un verdadero desafío en momentos donde la historia nacional estaba en gran discusión política e ideológica desde fines de los cincuenta y recrudeciéndose durante las décadas siguientes, y el propio peronismo del exilio y proscripto no se encontraba ajeno a estos debates.

La idea de conformar esta síntesis aparece in situ desde que el peronismo se pretende instituir como doctrina nacional. Tanto como aquel proyecto interrumpido que en un principio sería el monumento al Descamisado para luego centrarse en la “Jefa Espiritual” Eva Perón en 1952/53 (inspirándose en el mausoleo de Napoleón). La idea de instituir un lugar de memoria que reúna la síntesis nacional fue una preocupación siempre vigente en el peronismo[3]. No obstante, las diferencias políticas e históricas entre las “dos Argentinas” se harían cada vez más cruentas con el golpe cívico militar de 1955 y recrudecerían luego y con la llegada de Perón nuevamente al poder en 1973. Para detener la espiral de violencia era imperioso abandonar las diferencias en el pasado (en la historia) para unificar y crear, en el presente, una idea común de país.

El Altar de la Patria

Las características del Altar de la Patria serían expuestas por primera vez a fines de octubre de 1973 con motivo de un informe público de las tareas ya realizaciones y los proyectos del Ministerio de Bienestar Social. La exposición concluiría a cargo de su titular, José López Rega, que describiría los detalles del por entonces todavía denominado “Panteón de los Héroes”, nombre que sugiere cierta influencia del monumento paraguayo homónimo que Perón conociera en su visita oficial de 1954 y su posterior exilio mientras que el Altar de la Patria parecería remitirse al que con el mismo nombre fuera construido en Chile por el gobierno de Salvador Allende pero que sería inaugurado, ya derrocado aquél por Pinochet, el 11 de setiembre de 1975 con el traslado de los restos de O’Higgins. Esa tarde, el gobierno militar chileno conmemoraba su segundo año de “revolución” encendiendo juntos (cada uno con una antorcha) la “Llama de la Eterna Libertad”. A partir del ejemplo de Chile podemos reconocer que la memoria histórica puede ser muy fácilmente maleable. A diferencia del caso francés que estudiaba Nora, en nuestros casos (patrón bastante común y constante en Hispanoamérica) lo inmaterial, es decir, aquella herencia de larga duración permanece en disputa. No está saldado.

En ese sentido, la propuesta esgrimida durante el tercer gobierno de Perón significaba algo más que un capricho o un disparate del nefasto “brujo”. Muy por el contrario, la misión que encarnaba el mentado “Altar de la Patria”, dentro del pensamiento de Perón, respondía a la vieja “pedagogía de las estatuas”. Demostrar la síntesis histórica, que resumía la actualización de las veinte verdades del justicialismo cuando el viejo líder definía que los nuevos tiempos requieren seguir la consigna de que para un argentino no hay nada mejor que otro argentino.

En función de esto, el proyecto primigenio del Altar de la Patria tenía la intención de ser la definitiva superación de una concepción de la historia de tipo agonística (expresión que describía a las “dos Argentinas”), por otra pacificada, conciliadora y unificada. Así, si tradicionalmente «hemos tenido una idea de que nuestra nacionalidad siempre ha luchado en un sentido o en otro sentido: o unitario federal, o colorados o azules, o peronistas o antiperonistas«, desde la visión sencilla de un «hombre del pueblo», como se asumía el ministro López Rega, «la idea es que todos los hombres y mujeres que hayan alcanzado una dignidad nacional por su esfuerzo ocuparán un lugar común, donde nuestra gloria patriótica estuviera unificada«. Y este objetivo unificador sería aclarado ya desde el frontispicio del colosal monumento con la inscripción “aquí estamos reunidos en la gloria. Prohibido llevar nuestro recuerdo en perjuicio de la unidad nacional.

Los enunciados de López Rega que siguen son un ejemplo de la voluntad de unidad nacional que impulsaba la construcción del Altar de la Patria:

Urge terminar de una vez y para siempre con las banderías y subjetivismos…

“Esta es la idea rectora del Altar de la Patria. Constituye una apelación a la unidad de los argentinos.

“Es la representación simbólica de una trascendente síntesis de la nacionalidad personalizada en los nombres de sus hijos más ilustres. Esa búsqueda de unidad, necesidad de concordia y ansia de paz estará resumida en las palabras que desde el frontispicio del Altar de la Patria constituirán una permanente lección para todos los argentinos:

“HERMANADOS EN LA GLORIA, VIGILAMOS LOS DESTINOS DE LA PATRIA. QUE NADIE UTILICE NUESTRO RECUERDO PARA DESUNIR A LOS ARGENTINOS”[4]

la idea del Altar de la Patria tenía cierta aceptación debido a la trascendencia que tenía crear un gran mausoleo en el que también descansara el cuerpo embalsamado de Eva Perón. En el proyecto de ley se establecía

“que en el citado Altar de la Patria se le otorgue un sitio preferencial a los restos mortales de la señora MARIA EVA DUARTE DE PERÓN, cuya magnífica obra en favor de los humildes de la Patria, sus múltiples realizaciones, la trascendencia mundial de su preclara figura y el doloroso martirio sufrido después de su paso a la inmortalidad, son realidades tangibles que envuelven su figura en un halo religioso, que se torna en un símbolo de FE y ESPERANZA para todos los argentinos”[5].

 De alguna manera, el proyecto además buscaba retomar el protagonismo que tenía Eva Perón con el Monumento que quedase trunco en el segundo gobierno de Perón (de hecho, se establecía hacerlo en el mismo lugar). Además de Eva Perón, el Altar de la Patria tendría los restos de Juan D. Perón y de todos los próceres nacionales, incluyendo José de San Martín, Juan Manuel de Rosas, Hipólito Yrigoyen, Facundo Quiroga, Fray Mamerto Esquiú, y muchos otros.

Final

En el discurso del 21 de junio de 1973 (un día después de su llegada definitiva al país, un día después de la masacre de Ezeiza) Perón llamaba a la unidad nacional ante los enemigos de adentro y de afuera. Muchos de los de adentro, los denunciaría en cada momento, estaban dentro del propio movimiento y tenían puesta la “camiseta peronista” pero eran infiltrados. Estos supuestos infiltrados hacían uso del discurso histórico revisionista que solo contribuía a dividir a los argentinos. El revisionismo dejaba de ser funcional al proyecto peronista una vez que el mismo retornaba al poder: el discurso de Perón al que adhería a la línea histórica nacional en donde su gobierno era la continuación de los ideales de mayo, de Rosas y de Yrigoyen (tal como lo enunciaba en la entrevista en Madrid en el filme “La revolución justicialista” de Solanas-Gettino) se reemplazaba por un discurso de unidad. La fórmula de apelar al pasado histórico para legitimar el proyecto político del presente dejaba lugar al proyecto político del presente que apela a un futuro de unidad. Lo mismo había sucedido durante el primer peronismo en el cual el gobierno se resistió a adherir enfáticamente al revisionismo histórico, a pesar de contar con muchos entusiastas entre sus filas[6]. Como bien resalta Juan José Sicilia:

“el proyecto del Altar de la Patria, si bien suponía la repatriación de Rosas implicaba también en la práctica desactivar una memoria militante a la que el revisionismo había contribuido a reforzar la propensión a pensar la historia como un largo combate entre pueblo y oligarquía o entre mártires y verdugos, desempeñando peronistas y federales el primer rol mientras que antiperonistas y unitarios lo hacían con el último”[7].

El lugar elegido para el mausoleo fue un parque en la Avenida Figueroa Alcorta entre la calle Tagle y Austria, en la ciudad de Buenos Aires), que debía ser además la tumba de Eva Duarte de Perón. La piedra inaugural se puso el 23 de noviembre de 1974.

El comienzo de las obras implicó la demolición de un puente de hormigón que cruzaba por encima de la Avda. Figueroa Alcorta y que terminaba donde hoy está la Floralis Genérica, por un lado y una gran pileta del otro (un nuevo puente fue construido pocos años más tarde, a unos 200 metros de donde se encontraba el original).

El proyecto se paralizaría con la crisis económica desencadenada por el “Rodrigazo” y el eclipse del poder de López Rega a mediados de 1975. Es cierto que habían surgido desde el principio varios inconvenientes en los trabajos de cimientos que atrasaron la obra a lo que se sumó luego una nueva política económica de ajuste que no contemplaba tales gastos públicos pero lo decisivo sería la desaparición de su principal impulsor que arrastraría también a muchos de sus principales colaboradores. Luego sobrevino el golpe cívico militar y el proyecto fue definitivamente abandonado reasignándose finalmente el terreno para la planta de ATC en el contexto del Mundial ‘78[8].

Como sostiene Lila Pastoriza “Toda memoria es una construcción de memoria: qué se recuerda, qué se olvida y qué sentidos se les otorga a los recuerdos no es algo que esté implícito en el curso de los acontecimientos, sino que obedece a una selección con implicancias éticas y políticas»[9]. En función de estas premisas, el tercer gobierno de Perón se sometía a un verdadero desafío al momento de establecer una construcción de la memoria en el mismo momento donde las diferencias internas se agudizaban y la represión parapolicial empezaba a enrarecer el clima que sentaría las bases a una violencia sistematizada y planificada de la mano de la última dictadura cívico militar. De alguna manera, la necesidad de criminalizar la lucha militante desde todas sus variantes (sindical, estudiantil, revolucionaria, político partidaria…) en pos de una “unidad nacional” será consigna del gobierno militar que desalojaba del poder a Isabel Martínez de Perón, pero que haría propio la idea de establecer (al menos discursivamente) la unidad nacional, hecho que resolverá por un tiempo de una manera exitosa el gobierno de Carlos Saúl Menem durante la década de los noventa, aunque sin la necesidad de establecer un mausoleo de dimensiones faraónicas tal como pretendía López Rega. 


[1] Nora, Pierre (Dir.): Lieux de mèmoire. 7 vols., París, 1984-1992.

[2] «Inician las Obras del Altar de la Patria». Clarín. 24 de noviembre de 1974. p. 21.

[3] Potenze, Pablo Luciano, «El Monumento a Eva Perón», Todo es Historia, n° 432, julio de 2003, p. 30. 

[4] López Rega, José “El Altar de la Patria Memoria Viva de la Argentina”. En Altar de la Patria. Secretaría de
Prensa y Difusión de la Presidencia de la Nación, setiembre de 1974, p.7. Folleto impreso en los talleres de la editorial Codex de 34 págs.

[5] Altar de la Patria… Op. Cit.

[6]  Una anécdota de Eduardo Colom, director de La Época, ilustra las prioridades del primer peronismo en torno a su posición historiográfica: cuando el diario comenzó a publicar los artículos revisionistas, Eva Perón lo llamó y le dijo: “Vos no podés hacer esa campaña que hiciste anti-urquicista, porque el peronismo es urquicista, y no vale la pena dividirlo o hacer la división de revisionismo histórico con los que están con Rosas o contra Rosas; seamos todos peronistas, estén todos unidos, pero no traigan cosas viejas”. Plotkin, M. B. Mañana es San Perón, Buenos Aires. Eduntref, 2007, p. 314.

[7] Sicilia, Juan José, “¿Altar de la Patria…”, Op. Cit.

[8] Ibidem

[9] Pastoriza, Lila “ Hablemos sobre la memoria”, Revista Haroldo.

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