El viernes negro de la semana negra del (des)gobierno de Milei

Por Enrique Arriaga
Las recientes bravuconadas del presidente que se proclama libertario son como el “agarrame que lo mato” que vocifera un peleador callejero, cuya nariz chorrea chocolate, con la cara hinchada por los golpes que le encajó su rival. La pelea terminó, pero intenta no enterarse.
Ya circularon ríos de tinta y de saliva repasando el encadenamiento de sucesos que parece, con nueve meses de demora, haber sacado a los argentinos del “lodo espera” o “modo siesta”, que sucedió al voto bronca (justificada), que los empujó hacia Milei.
El espectáculo que nos regala la cumbre del poder movería a risa, si no fuera porque esta versión agónica, malherida, prematuramente envejecida del fenómeno es, y en esto coinciden profesionales de la política, el periodismo y la salud mental, aún más peligrosa que las que hemos visto hasta hoy.
Aunque toda secuencia es arbitraria, podemos enumerar: gas pimienta a una nena de diez años, enésima puesta en escena (en este caso con la excusa del presupuesto), castigada con el gran apagón televisivo de la sociedad, asado de festejo de la defensa del veto, pago del cubierto por parte de los agasajados y repunte de la inflación, medida por el INDEC.
Sin embargo, este combo, más propio de un gobierno en su último año que de uno que transita el primero, parece Disneylandia si se introduce en el análisis los sucesos del viernes pasado: las dos intervenciones públicas del papa y la (obvia y esperada) retirada de Petronas del proyecto GNL.
La diplomacia vaticana es la más antigua de occidente: son dos mil años de experiencia acumulada. Su estilo es en extremo sutil, elegante, casi imperceptible para los no avezados en el arte de descifrarla. Los papas, desde el fondo de la historia hasta le presente, hablan sobre todo a través de sus silencios, de sus gestos, de sus fotos, en el caso de Francisco, a través de sus muy recomendables encíclicas.
Es absolutamente infrecuente que un papa se refiera de manera directa a la coyuntura de un país. No debe haber antecedente de que lo haga dos veces el mismo día. Primero fue la referencia a que el gobierno “prefiere pagar gas pimienta que justicia social”. Son palabras fuertes, que llaman a las cosas por su nombre, pero que, aún considerando lo antedicho, no sorprenden demasiado.
El papa es justicialista, esto es, humanista y cristiano. Como tal, condena toda forma de fariseísmo, incluido el que hoy nos gobierna. Que lo haya hecho con Juan Grabios, uno de los enemigos predilectos de esta administración, a pocos metros de distancia, refuerza el mensaje político. Es un golpe fuerte, pero no del todo inesperado.
El segundo mensaje, en cambio, sería demoledor de por sí. Encadenado al anterior, es más que eso. Francisco narró un episodio que le contó un empresario, de “algo que se está extendiendo en Argentina”, a quien el secretario del ministro le preguntó “¿cuánto hay para nosotros?”.
La referencia a la corrupción le pega a Milei debajo de la línea de flotación, porque lo ubica del lado de la casta, repitiendo exactamente las prácticas que, prometió, vino a erradicar. Eso desde el punto de vista discursivo. Desde el punto de vista político, mucho peor. Lo único que se extiende en la Argentina de la obra pública parada, es el gasoducto del norte, que además no resistió su primera prueba hidráulica. ¿Quién pudo haber puesto al pontífice en conocimiento de ese episodio, como no sea una alta, altísima fuente, del Grupo Techint?
Techint es, o era, recordemos, uno de los apoyos corporativos de este gobierno, y Paolo Rocca uno de los jinetes del apocalípsis, junto a Eduardo Eurnekian, Marcelo Mindlin, Mauricio Macri y Marcos Galperín. Pero el propio Rocca se sinceró, hace apenas un mes, al decir en un auditorio amigo que “fuimos demasiado optimistas”.
Apenas un día antes de que se hiciera pública la sentencia del Papa, “el diablo entra por los bolsillos”, en un mensaje apenas velado a los hermanos Milei, con su habitual acidez, Jorge Asís advirtió que “enriquecerse con el Estado no es para pobres”.
¿Qué quiso decir? Que esas prácticas tienen sus canales habituales, a los que sólo acceden iniciados y a los colados se los expulsa de la fiesta sin miramientos. Un representante de Paolo, uno de los mayores cuotapartistas del gobierno, no puede ser manguedo por un secretario, no importa su nombre. Lo que horroriza no es el hecho sino su desprolijidad, su amateurismo. El mismo del que hacen gala a cada paso.
Ese amateurismo expulsó del país a Petronas, que ya tenía todo listo para instalarse en Bahía Blanca. Lo dijimos hace dos meses, mientras el drama se desarrollaba: una inversión de 30 mil palos no se relocaliza por capricho de un presidente. Lo dijeron, con mejores modales que nosotros, los cuadros técnicos: la decisión era, desde el punto de vista ingenieril, insostenible y el RIGI es visto como una sobreactuación que genera desconfianza. La farsa duró apenas un bimestre.
Lo llamativo no es que el presidente quiera dañar a quien percibe como su probable sucesor, Axel Kicillof. Es que nadie de su entorno lo haya disuadido de semejante jugada, que privó, no al rusito, ni a los bonaerenses que nunca votaron al autopercibido león, de la IED más importante del siglo.
¿Eligieron deliberadamente que la planta de GNL no sea de nadie, como el dueño de la pelota da por concluido un partido cuando no le gusta el trámite o el resultado? ¿O realmente se creyeron sus propias fantasías? El resultado es el mismo. No están a la altura.
Algunos lo dijimos, a los gritos, durante toda la campaña electoral de 2023. Otros empiezan a ver la dura realidad y el preocupante futuro inmediato. Los que van a estar cada vez más incómodos son los que, conociendo el diagnóstico, lo ocultaron o tergiversaron, por especulación personal o por gorilismo.