10 de febrero de 2025

Luigi Mangione y la provocación estratégica

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Por Gonzalo Armua

El asesinato de Brian Thompson, CEO de UnitedHealthcare, a manos de Luigi Mangione en las calles de New York ha abierto debates en la opinión pública internacional. Algunos lo ven como un lobo solitario, otros como un «antihéroe» que encarna el hartazgo colectivo contra la maquinaria despiadada de las aseguradoras de salud en Estados Unidos. Sin embargo, hay algo más profundo en este hecho que excede la crónica policial o el morbo mediático: la posibilidad de analizar el evento desde la lógica de la “provocación estratégica”.

La provocación estratégica: definición y teoría

El concepto de provocación estratégica ha sido abordado desde distintas perspectivas, en el ámbito de la teoría, la estrategia militar y la acción política. Se entiende a la “provocación” como la táctica deliberada para generar una reacción del adversario que termine beneficiando a quien la provocó. Los clásicos de la teoría militar, como von Clausewitz y Sun Tzu, señalaron la importancia de forzar al enemigo a tomar decisiones bajo presión, un principio que también puede trasladarse a la esfera política y social. Para Alexander Dugin, teórico geopolítico ruso, la “provocación” es un recurso esencial para la configuración de escenarios de tensión controlada. Esto forma parte de la «guerra de cuarta generación», donde la información, la percepción y la simbología son tan importantes como las fuerzas militares. En esta perspectiva, no se busca la victoria militar directa, sino el desgaste moral, la deslegitimación del oponente y la creación de condiciones favorables para la intervención política o militar.

Por otro lado, Brzezinski en su obra «El gran tablero mundial», señala que la generación de crisis en zonas clave (Medio Oriente, Asia Central) permite justificar la intervención de potencias hegemónicas. Esta provocación no se limita a la acción militar, sino que también se proyecta en operaciones de «bandera falsa», campañas mediáticas y desestabilización política. La clave de la estrategia está en controlar la narrativa global sobre un determinado conflicto para legitimar la intervención de los Estados Unidos y sus aliados. Se crea una situación de tensión controlada que obliga a la parte involucrada a reaccionar, a veces con una respuesta desproporcionada o ilegítima, lo que luego es utilizado para justificar medidas extremas por parte de la alianza estadounidense.

En el espacio social, la provocación estratégica se materializa a través de protestas, huelgas y actos de desobediencia civil que buscan generar la acción represiva del Estado. Estas situaciones han sido utilizadas por movimientos sociales y colectivos subalternos para exponer la violencia estructural que enfrentan. Ejemplo de este accionar fueron las marchas por los derechos civiles en Estados Unidos, lideradas por Martin Luther King, donde la represión policial fue capturada por los medios de comunicación, generando indignación global. El objetivo de esta provocación era evidenciar la violencia racista del poder político y movilizar la opinión pública.

La provocación estratégica en la ultraderecha

La ultraderecha ha convertido la provocación estratégica en una herramienta recurrente de acción política y comunicacional. Su objetivo no es deslegitimar al poder, sino legitimar el autoritarismo y consolidar su agenda ideológica. La provocación en este caso se utiliza para polarizar la opinión pública y empujar a sus adversarios a una posición reactiva. Esto es lo que hizo Donald Trump con su discurso y propaganda sobre el fraude electoral, que desencadenó la toma del Capitolio. Al provocar una reacción masiva de sus seguidores, Trump logró una justificación para endurecer el discurso de «persecución política». Esta provocación fue doblemente eficaz porque obligó al sistema a reprimir y, al mismo tiempo, moviliza a su base de apoyo. Otro ejemplo se encuentra en los ataques contra la «ideología de género». Al atacar los derechos de la comunidad LGBTIQ+ o las políticas de igualdad de género, los sectores conservadores fuerzan una reacción de los grupos progresistas, generando una confrontación simbólica en la opinión pública. Este tipo de provocación les permite reforzar su narrativa de «defensa de los valores tradicionales» y justificar la censura o la regresión de derechos.

En la esfera de la comunicación y las redes sociales, las campañas de desinformación, las teorías de conspiración y las «noticias falsas» son casos de provocación que buscan alterar la percepción de la opinión pública. Los actores políticos que se valen de estas prácticas logran desviar la atención, crear descontento o provocar reacciones emocionales masivas. La irrupción de bots y granjas de trolls en las redes sociales ha intensificado la capacidad de provocar crisis discursivas que obligan a gobiernos e instituciones a responder de forma precipitada. En el último lustro la extrema derecha ha sabido direccionar el hastío hacia donde le conviene: “la casta”, “el estado”, “el progresismo”.  Siempre con verdades a medias o construcciones estrafalarias, pero con altos grados de efectividad.

El caso Luigi Mangione: ¿acción desesperada o provocación estratégica?

Luigi Mangione no es un «loco suelto». Portaba un manifiesto donde criticaba con dureza a las aseguradoras de salud, a las que describía como «parásitos». La elección de su objetivo, el CEO de UnitedHealthcare, no fue casual. Si bien la acción tiene elementos de venganza personal, también se puede interpretar como una acción deliberada para exponer la injusticia de un sistema de salud que lucra con la vida de las personas. Su manifiesto, que se hizo público a través de las redes sociales tras su captura, describía con precisión las prácticas de las aseguradoras, denunciando la negación de tratamientos médicos costosos, la burocracia para acceder a medicamentos y la precarización de los servicios de salud. Lo relevante de su manifiesto no es la justificación del asesinato sino el hecho evidente de que ya no bastan las palabras y los reclamos formales para transformar el sistema de salud.

Esta acción tiene todos los elementos de la provocación estratégica: un objetivo simbólico, ya que la figura de un CEO encarna al «poder corporativo». No es solo una persona; es un representante del sistema. El impacto mediático no solo expuso el hecho, sino que también reavivó el debate sobre la privatización de la salud. Además, se desató una discusión sobre la legitimidad de la acción, ya que algunos sectores lo reivindican como «antihéroe». Este punto es clave, ya que el apoyo simbólico posterior es parte del impacto estratégico. El “efecto dominó” no tardó en manifestarse. En Nueva York aparecieron carteles de «se busca» con las caras de otros directivos del sector salud, una provocación estratégica que es resultado de una acción colectiva descentralizada.

Cuando una provocación estratégica proviene de un actor inesperado que denuncia a grupos de poder, la reacción del sistema tiende a ser mucho más severa y desproporcionada. Este tipo de actor no responde a una lógica estatal ni a los intereses de los poderes establecidos, lo que lo convierte en una amenaza imprevisible. La figura de Mangione es la expresión de un malestar colectivo que se canaliza en una acción individual. La respuesta del sistema suele ser la criminalización total de la acción, la deslegitimación del actor y la construcción de una narrativa que intente minimizar la dimensión estructural del conflicto. Pero en este caso no lograron construir el muro de contención y la popularidad de Mangione rebasó la campaña de invisibilización y desprestigio.

Esta popularidad puede explicarse a través del arquetipo del héroe solitario, presente en la narrativa del cine occidental.  El «vigilante», el “superhéroe” o el «justiciero solitario» encarnan la idea de un individuo que se enfrenta en soledad contra un sistema opresor o una estructura de poder injusta y violenta que legítima su accionar. Este arquetipo, que se ha arraigado en el imaginario colectivo a través de personajes como el «hombre sin nombre» de Clint Eastwood; el lánguido pero popular John Wick, o el desprotegido y abusado Joker, simbolizan la lucha del individuo común contra una maquinaria social deshumanizada. La acción de Mangione se asimila a esa audacia arquetípica de un solo hombre que en su actuar inesperado revela las fallas de todo un sistema.

Sobre las acciones individuales o colectivas

La diferencia esencial entre las acciones individuales y las colectivas radica en su capacidad para transformar la realidad. Las acciones colectivas, organizadas y planificadas, permiten coordinar esfuerzos para alcanzar objetivos comunes y sostener la lucha en el tiempo. A diferencia de la acción individual, la acción colectiva tiene más posibilidad de cambiar las estructuras de poder y evitar la criminalización del actor singular.  En esta línea, es importante señalar el papel que ocupa la figura del mártir en los proyectos colectivos. Para Pablo de Tarso, el mártir no es solo un individuo que sufre una muerte heroica, sino un referente que simboliza el sacrificio por una causa común. Este sacrificio no es un fin en sí mismo, sino una forma de inspirar a la comunidad a continuar la lucha. El mártir se convierte en un ejemplo de entrega absoluta y, en muchos casos, su figura es resignificada como un emblema del colectivo. La memoria del mártir fortalece el proyecto colectivo y da continuidad a la acción política, aportando un horizonte de sentido que va más allá de la acción puntual o la coyuntura específica. Resta por ver si el caso Mangione quedará como un hecho violento más en una sociedad acostumbrada a masacres cotidianas o será un catalizador para la denuncia de los grandes poderes, con la consecuente organización popular para trascender en un proyecto social alternativo.

Ahora bien, lejos de justificar la violencia en sí misma o como mero espectáculo, es importante no desconocerla y entender que es un medio para conseguir fines políticos que ha existido y existe desde siempre -por lo general implementada desde los actores de poder real-. Las repercusiones del caso Mangione, dan vuelta esa ecuación y nos obliga a incorporar en el análisis las causas de la violencia sistémica y de su resistencia. Sin asumir este debate desde el campo popular dejaremos todo el escenario disponible para que la extrema derecha actúe con las herramientas y conclusiones que no supimos o no quisimos tomar. Las armas abandonadas en el campo de batalla siempre son potencialmente factibles de utilizar por el enemigo.

Ante los diversos planos que se abren hay una certeza que no debemos olvidar: vivimos en sociedades rotas, atravesadas por nuevos paradigmas de representación y acción política, que hasta el momento han sido capitalizadas por sectores conservadores y paleo-libertarios. No solo nos falta calibrar este diagnóstico sino también la imaginación política para pensar una salida a la crisis estructural actual. Y, para esto, es necesario retomar la heroicidad de la política como una acción colectiva.

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