17 de marzo de 2025
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Julio Marini considera que el peronismo es tanto una doctrina como un estilo de vida. Marini ha sido elegido cinco veces como intendente de Benito Juárez, un pueblo en el sur de la provincia de Buenos Aires, fundado en 1867 durante la expansión contra las comunidades indígenas, y que actualmente cuenta con 22 mil habitantes.

El intendente afirma que el mejor tributo a Perón es mantener la unidad básica abierta todos los días, como se ha hecho durante los últimos cuarenta años. Esta práctica facilita la transferencia generacional y la inclusión de jóvenes en la política, simultáneamente actúa como un obstáculo para las ideas de extrema derecha.

En esa región, surgió la idea de abrir un museo del peronismo, algo que finalmente resultó ser completamente lógico y natural. En 2014, en una propiedad heredada, Julio Timpanaro, junto con su esposa Silvia y sus hijos Ángel y César, crearon el «Museo del Militante María Eva Duarte de Perón».

Es una de esas casas estilo «chorizo» de las primeras décadas del siglo pasado, que han sido restauradas y acondicionadas. El museo actualmente cuenta con tres salas: una dedicada a Juan Domingo Perón, otra a Eva Perón y una más de misceláneas. Está abierto al público cada semana, de viernes a domingo por la tarde.

Cada vez que el intendente Marini recibe a un visitante, ya sea un funcionario, legislador, dirigente o militante, los invita a recorrer el museo. Si su agenda lo permite, él mismo actúa como guía y narra la historia detrás de cada objeto.

«Empezamos con ochenta piezas y hoy tenemos casi doscientas. Algunas cosas las compramos, pero la mayoría son donaciones. Detrás de algunas hay historias maravillosas. Cosas muy preciadas para la gente, que guardaron y escondieron durante décadas y nos las confían a nosotros porque entienden que este es el mejor lugar posible».

Marini hace referencia de manera indirecta a las persecuciones que ha sufrido el peronismo en diferentes momentos de su historia, especialmente a partir del golpe de estado de 1955, cuando el decreto 4161 oficializó la proscripción.

«Queda prohibida la utilización, con fines de afirmación ideológica peronista, efectuada públicamente, o propaganda peronista, por cualquier persona, ya se trate de individuos aislados o grupos de individuos, asociaciones, sindicatos, partidos políticos, sociedades, personas jurídicas públicas o privadas de las imágenes, símbolos, signos, expresiones significativas, doctrinas artículos y obras artísticas, que pretendan tal carácter o pudieran ser tenidas por alguien como tales pertenecientes o empleados por los individuos representativos u organismos del peronismo», establecía el decreto.

Para disipar cualquier duda, el párrafo siguiente prohibía el uso de «fotografías, retratos o esculturas de los funcionarios peronistas o sus familiares, el escudo y la bandera peronista, el nombre propio del presidente depuesto y el de sus familiares, las expresiones «peronismo», «peronista», «justicialismo», «justicialista», «tercera posición», la abreviatura PP, las fechas celebradas por el régimen depuesto, las composiciones musicales «Marcha de los Muchachos Peronistas» y «Evita Capitana» o fragmentos de las mismas, y los discursos del presidente depuesto o su esposa o fragmentos de los mismos».

Como resultado de ese decreto, las familias peronistas que, como dice la canción, «tenían fotos de Perón (y Evita) en la cocina», así como recuerdos de la Fundación Evita, carnets, documentos, almanaques de los planes quinquenales y otras reliquias, tuvieron que esconderlos cuidadosamente. Algunos incluso los enterraron.

De esa época también data el uso de la nomeolvides, la flor favorita de Evita, para identificarse entre compañeros debido al riesgo de portar el escudo justicialista. Las mujeres la llevaban en el cabello y los hombres en la solapa.

Los más osados desenterraron sus tesoros en 1973, con el regreso de Perón al país, y los volvieron a ocultar en 1976. La existencia y ubicación de esos recuerdos, de gran valor emocional y político, se mantuvo como un secreto transmitido de generación en generación. Entregar esos objetos, muchas veces legado de un abuelo o un padre, era un acto de máxima confianza.

Entre sus reliquias, Marini resalta un sable del general Perón, con su nombre completo grabado en la hoja, una urna de la elección de 1951, cuando las mujeres votaron por primera vez, y los planos originales de las viviendas construidas por la Fundación Eva Perón.

Sin embargo, prefiere narrar la historia de unos bustos de Juan y Eva Perón. «En 1955, una familia peronista de Bahía Blanca viajó a Buenos Aires y compró los bustos. El golpe de estado los sorprendió en ruta, con los bustos en el maletero. Se detuvieron en un pueblo, donde tenían conocidos. Un joven apodado Tono, que reparaba heladeras, los recibió y los guardó en una heladera vieja en un galpón. Allí permanecieron hasta que abrimos el museo».

Con orgullo, menciona que su colección incluye libros donados por la familia Cafiero, sidras, máquinas de coser y juguetes de la Fundación Eva Perón, así como el primer escudo justicialista que tuvo el pueblo de Benito Juárez. «La gente nos donó lo más valioso que tenía. Nosotros lo conservamos y lo exhibimos», concluye con una sonrisa.

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