Adiós a Mario Vargas Llosa. El último de los Cuatro Magníficos de nuestra literatura

Por Daniel Gray
El 13 de abril, hace una semana, murió Mario Vargas Llosa. Su muerte reavivó polémicas estériles sobre sus declaraciones y filiaciones políticas de los últimos años. Ya sabemos: apoyó a Macri y Bolsonaro, a Keiko Fujimori y a Juan Manuel Kast. dijo que “Argentina no despegará mientras no deje atrás al peronismo” y que “entre Bolsonaro y Lula yo prefiero a Bolsonaro”. Su defensa de la derecha liberal y, en ocasiones, de la derecha reaccionaria, fue constante, esforzada y sin dobleces. En la mayoría de los artículos que reseñaron su muerte se detuvieron demasiado en esta última etapa de su figura pública y pusieron en segundo plano su obra literaria. Nosotros mismos, en Narrativa Política, debatimos sobre este tópico y eso retrasó la escritura de esta nota que ahora cumplimos en publicar.
Mario Vargas Llosa es una figura polémica, sin duda, que fue de la izquierda sartreana a la derecha más recalcitrante como muy bien lo reseña el artículo de la BBC (https://www.bbc.com/mundo/articles/cn9123n5rlqo). Pero como pasa con tantos otros escritores y poetas que tuvieron vida y accionar en la política no hay que mezclar tantos. La obra de Borges, Marechal, Haroldo Conti, Rodolfo Walsh, solo para mencionar escritores argentinos, supera a sus declaraciones y acciones políticas que finalmente resultan anécdotas frente a la relevancia de sus cuentos y novelas. Y lo mismo pasa con Vargas Llosa. Si su figura y su nombre es reconocido mundialmente es porque su obra literaria es de las más inteligentes, sensibles, poéticas y vibrantes de la historia. Fue el más joven integrante del “Boom” de la literatura latinoamericana de los años sesenta, junto a Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Julio Cortázar (los Cuatro Magníficos del Boom). Fue premiado con el Nobel en Literatura en 2010. Pero también recibió el Premio Pen/Nabokov en 2002, el Cervantes en 1995, el Princesa de Asturias en 1986, y la lista de premios sigue y es larguísima, así que con señalar estos alcanza.
Por eso preferimos recordar al maravilloso escritor Mario Vargas Llosa antes que al propagandista político. Recordamos al autor de “La ciudad y los perros”, “La casa verde”, “Conversación en la catedral”, “La tía Julia y el escribidor”, “Historia de Mayta”, “La guerra del fin del mundo”, “La fiesta del chivo”, “El sueño del celta” y “Como pez en el agua”. Pero supuesto esta enumeración de títulos es incompleta y desordenada, pero nos ofrece la dimensión de su monumental obra artística.
Mucho antes de que las polémicas políticas fueran el centro del debate de periodistas brutos o de políticos débiles de lecturas, mucho antes de que los medios de comunicación hicieran de cualquier persona un personaje víctima de la fama o un “meme”, en 1964 Luis Harss realizó un viaje premonitorio y visionario. Recorrió Francia, Italia, México y el resto de Sudamérica y se entrevistó con los diez escritores latinoamericanos más relevantes de ese tiempo: Borges, Asturias, Guimarães Rosa, Onetti, Cortázar, Rulfo, Fuentes, García Márquez y, el muy joven, Vargas Llosa. Con el resultado de estas entrevistas en 1966 editó, en lengua inglesa, “Los Nuestros” y 1969 Editorial Sudamericana lo publicó en castellano. Harss se estaba adelantando a su tiempo y estos reportajes presentaron los retratos literarios y personales de los escritores del “Boom” antes que la literatura latinoamericana explotara como fenómeno de mercado. De su último capítulo: “Mario Vargas Llosa o los vasos comunicantes” publicamos unos fragmentos para recordar al prodigioso escritor peruano que acaba de morir.
Mario Vargas Llosa o los vasos comunicantes (fragmento)
Luis Harss
En el año 66 seguimos camino de nuestra novela completa. Vamos siempre cuesta arriba, y el tope del cerro no se ve aun claramente, pero el motor genera cada vez más energía. La prueba es Vargas Llosa. Hace apenas cuatro años, cuando acababa de cumplir los 26, con sólo dos obras a su nombre -una colección de cuentos y una novela- ya se destacaba netamente entre nuestros escritores jóvenes. Lo distinguía, además del talento, la dedicación. Era un inspirado que parecía haber nacido bajo una lengua de fuego, con una varilla mágica. Tenía fuerza, fe, y la verdadera furia creadora. La fama le había llegado rápido, pero se la había ganado honradamente, y no la desmerecería. Eso se ha visto ahora en su segunda novela, en la que sus dones se han multiplicado soberanamente. Es un poema sinfónico en escala cromática que experimenta y se impone en casi todos los planos, estableciendo nuevas pautas para la novela latinoamericana.
(…)
Como tantos de los valores de nuestra cultura, siempre algo inexplicables, Vargas Llosa, un hombre cauto y reservado, parece haber salido de la nada. En un país donde los factores económicos, entre otros, han reducido a la literatura al estado de una actividad marginal, un pasatiempo dominguero honorable pero casi siempre frustrado, él ha sabido perseguir inexorablemente el camino de la vocación auténtica. Ha combinado una extraordinaria sensibilidad con la integridad y el profesionalismo. Hasta ahora ha sido menos profundo que pródigo. Su visión es limitada, pero su base es sólida. Sus caracterizaciones, aunque esquemáticas y hasta simplistas, son certeras y tienen fuerza germinal. Es empedernidamente determinista y antivisionario, pero una invencible riqueza de temperamento, una poderosa carga emotiva y una interioridad que él niega, pero no puede reprimir, dan densidad y espesura a su materia dramática. Maneja expertamente el diálogo y la acción, y tiene un ojo detallista y observador. Se mueve holgadamente en el mundo de la novela moderna, explotando con una flexibilidad que evita el amaneramiento, toda una serie de técnicas literarias hábilmente equilibrada. Es sobre todo un Vargas Llosa nació en 1936 en Arequipa. Recuerda una infancia bastante trajinada: padres divorciados, un primer trauma cuando su madre se mudó con él casi recién nacido a Cochabamba, donde lo crió en casa de sus abuelos maternos. Dice que era un niño consentido y caprichoso que imponía su voluntad como ley. Pero eso no duró mucho tiempo. Se acabó bruscamente el idilio cuando cumplió los diez años. Su madre volvió con él al Perú, primero al pueblo de Piura (1945), Y luego, cuando se reconcilió con su padre, a Lima (1946). Piura, que en la memoria de Vargas Llosa se ha trasformado en una especie de apoteosis de la mezquindad de la vida pueblerina, era un limbo burgués eh el altiplano pobre, en medio de un desierto arenoso. De los médanos piuranos Vargas Llosa pasó a los pantanos limeños. Tres o cuatro años en manos clericales -en un colegio religioso- demoraron el golpe final. Pero cayó el hacha (en 1950) cuando, en parte a causa de sus sospechosas inclinaciones literarias, lo enviaron interno al Leoncio Prado, una de esas instituciones híbridas a medio ca· mino entre el reformatorio y la escuela militar. Dice Vargas Llosa que los dos años que padeció en el Leoncio Prado lo estigmatizaron probablemente para siempre. y no hay duda de que contribuyeron a inculcarle una concepción de la vida que podríamos llamar darwiniana. El Leoncio Prado es el tema de su primera novela, La ciudad y los perros (1962). El título ya es sintomático, y perfectamente indicativo. Nos hallamos en un mundo en el que los perros se devoran mutuamente. El elemento clave de este mundo es la violencia bruta. Los débiles sucumben. Sólo los más fuertes o adaptables sobreviven. El autor traza un cuadro fúnebre de descomposición física y moral. Su pluma es sanguinaria y no tiene contemplaciones con na die. El colegio aparece no sólo con todo su ambiente y topografía, sino además con su verdadero nombre. El retrato ha sido considerado lo bastante fiel -o infamatoriopara desencadenar una reacción oficial. Cuando La ciudad y los perros salió en el Perú en una edición popular, fue calumniado ceremoniosamente. Se incendiaron mil ejemplares en el patio del Leoncio Prado. Dos generales lo denunciaron públicamente, calificándolo de profanación y acusando al autor de ser enemigo del Perú y comunista. El escándalo y la publicidad son lo último que a uno se le ocurriría asociar con la persona de Vargas Llosa. Es tranquilo, sencillo, sonriente -una sonrisa taciturna-, tímido, introvertido. Su inesperada notoriedad lo sorprende todavía constantemente. La ciudad y los perros ha tenido un éxito inaudito para él Se había extendido tanto el manuscrito en un momento dado -llegaba a las 1.500 páginas- que no creyó nunca poder publicarlo. «Pensé que tendría que editarlo yo mismo, como suele ocurrir en el Perú», dice. «Me había demorado tres años en escribirlo, y calculaba que, con suerte, necesitaría cinco ¡¡.ños para ahorrar el dinero suficiente para publicarlo.» Alguien le sugirió que enviara el manuscrito a España. No se decidía, desconfiando de la censura. «Además, tenía casi la certeza de que la novela estaba totalmente frustrada y había decidido archivarla unos años y escribirla de nuevo … » Sin embargo, la envió finalmente por correo a Seix·Barral en Barcelona. Pasaron ocho meses sin noticias. Pero un día recibió un telegrama entusiasta. Y desde entonces le ha sonreído la suerte. Le han llovido casi desenfrenadamente los elogios críticos. La ciudad y los perros fue candidato finalista al Premio Formentor en 1963. Ha ganado dos premios importantes en España, donde un miembro del jurado para el Premio Biblioteca Breve se excedió declarando que era «la mejor novela en lengua española en los últimos treinta años». Los editores se han disputado con el mismo entu siasmo su publicación. Ya está siendo traducida a pt’ácti. camente todos los idiomas’ principales del mundo. Vargas Llosa se recibió en filosofía y letras en la Universidad de San Marcos, en Lima, y sacó su doctorado en 1959 en la Universidad de Madrid. Se inició en la litera· tura durante una segunda residencia en Piura (1952), con un drama, La huida. Estaba en el último año de la secundaria, recién liberado de los rigores del Leoncio Prado, y comenzaba a ganarse la vida y la independencia trabajando en un diario. Piura ya no era para él ese infierno que había sido la primera vez; todo lo contrario. Incluso recuerda esta época como una de sus más felices. En Lima se había interesado por el teatro -que había conocido principalmente por medio de compañías argentinas de quinta categoría, de paso por el Perú en giras continentales- y en el verano de 1951 escribió ese drama que estrenaría en Piura. Era una pieza de tema mitológico que no sólo tuvo buen éxito sino que fue todo un acontecimiento local. Más que por sus méritos litera.rios, dice Vargas Llosa, que prefiere no acordarse más de esa pieza, triunfó por las circun~· tancias especiales en que fue representada -como acto central de las fiestas del pueblo- y por el prestigio que se traía el autor como forastero que llegaba: de la gran ciudad. En 1958 Vargas Llosa publicó un volumen de cuentos titulado Los jefes. Son en su mayoría relatos que giran en torno a la vida callejera en Lima y en Piura, donde se ensaña esa lucha por la supervivencia y el predominio que no es de ninguna manera una característica exclusiva del colegio militar. Los protagonistas son adolescentes y jóvenes reacios, aturdidos, atropellados que viven dentro de un sistema de ásperas jerarquías establecidas ritualmente, basadas en el reto y el combate. Son pandilleros que se entrematan por implacables rivalidades y antagonismos. Cada acto, para ellos, es una prueba de fuego, cada gesto un desafío que exige una réplica, una confrontación, y un desquite. La fuerza, la astucia y la capacidad de imponer su voluntad son las únicas medidas de la virilidad. Los conflictos, compulsivos, rapaces e inevitables, son exteriores, casi impersonales. No emerge del tumulto ningún concepto de la personalidad individual ni del móvil íntimo. Las hegemonías de este mundo se forman enteramente al roce de las circunstancias. Lo que surge finalmente es una especie de ética machista, brutal e instintiva, pero digna a su manera, de acuerdo con los valores del medio. En cuanto a la sustancia narrativa de Los jefes, Vargas Llosa re. conoce que tiene poca médula. Son cuentos llanos, lineales, que’ interesan menos en sí mismos que como una anticipación, una versión microcósmica de la visión del mundo del autor, que los considera preliminares y rudimentarios.