La pluma de Macedonio Fernández cosquilleando el cine de David Lynch

Por Florencia Galzerano
El último 17 de enero, exactamente un mes antes de mi cumpleaños, murió David Lynch. Este dato arbitrario que conecta la fecha de mi natalicio con la del fallecimiento del cineasta estadounidense, anticipa que lo que escriba de aquí en adelante, será parte de una pulsión de análisis personal, emocional, tal vez algo caprichosa y acotada.
Aquel día mi hermana me escribió un mensaje austero y acongojado para darme la noticia; tras lo cual, rápidamente, vi cómo se multiplicaban los posteos en redes sociales digitales. Advertí que los consabidos homenajes necrológicos que habitualmente se reproducen cuando un artista que goza de cierto reconocimiento popular -o no tanto- deja de habitar el mundo terrenal, estaban impregnados de una tristeza auténtica, que se expresaba, a la vez, de manera muy cercana.
El crítico, docente e investigador de cine argentino, Fernando Martín Peña, lúdicamente, le puso palabras a mis incipientes percepciones y reflexiones en un texto conmemorativo que publicó en su cuenta personal de Instagram: ¨¿Era argentino Lynch? Claramente no, pero su capacidad para prescindir de los mecanismos racionales explican la realidad como los argentinos estamos habituados a (no) entenderla. No hay otro artista tan poco lineal como nosotros¨.
Esta definición sobre la cultura y la política argentina, junto a una pregunta que más adelante introduce Peña, en alusión a la obra del creador de Twin Peaks: “¿Quién no quiere recuperar en la vigilia la libertad subversiva de lo que inventa dormido?”, me llevó directamente a pensar en Macedonio Fernández. Me refiero, específicamente, al reconocido libro, considerado tan vanguardista como inclasificable: ¨No toda es vigilia la de los ojos abiertos”. Se trata de un ensayo que contiene reflexiones filosóficas y metafísicas, que dialoga con la tradición idealista sin deshacerse del contexto histórico, fundamentalmente, porteño.
Macedonio publicó esta obra en 1928 gracias a la insistencia de Raúl Scalabrini Ortiz, Leopoldo Marechal y Francisco Luis Bernárdez; allí juega con reflexiones filosóficas agudamente críticas y humorísticas, como lo hace el universo lyncheano, con los borramientos espacio-temporales, los límites entre ficción y realidad y la evidencia de la dificultad para asir las identidades tanto individuales y colectivas. Múltiples recursos visuales, sonoros, textuales son los que el cineasta hace beber de las aguas del surrealismo para abordar profundos debates históricos sobre la condición humana.
Las imágenes de Lynch combinan lo siniestro con guiños estéticos que mueven a risa o muestran hilos de comicidad, como el pollo asado bailando en ¨Cabeza borradora¨ o las líneas de ironía en la voz de sádicos personajes. Lynch deja en evidencia que, tal como afirma Macedonio, Tragedia y Humor ¨no sufren límite en el arte ni en la vida¨.
El escritor argentino presenta una posición que expresa con contundencia y claridad, éste consiste en una ¨argumentada protesta contra el noumenismo¨, la corriente filosófica que sostiene que la realidad en sí misma, -¨la cosa en sí¨, para Kant-, es imposible de ser abordada por el ser humano. En palabras del autor: ¨el Ser no tiene ley, todo es posible¨ (…) ¨el Ser, el mundo, todo cuanto es, es el fenómeno, el estado interno-externo, el estado meramente, es decir lo sentido¨.
Sin dudas, el cine de Lynch nos sumerge en una atmósfera que puede ser interpretada como una propuesta radical a explorar los sentidos de ¨lo sentido¨. Los desdoblamientos de sus personajes entre su mundo interno y externo, muchas veces responden a las dificultades de éstos para aceptar la responsabilidad de sus acciones, enfrentarse a sus propios monstruos o reconocer oscuros deseos, como le sucede a Daiane (Bety) en ¨Mulholland Drive¨, quien recurre a la evasión en sueños o fantasías en las que visualiza su deseo de seguir viviendo su romance con Ruth (Camilla) y gozando de su éxito como actriz de Hollywood, para evadir que su frustrada carrera y el abandono de su amante, la llevaron a contratar un sicario que la asesine.
Narrativas construidas símbolo a símbolo que no se despojan de su carnadura material de altos contrastes. Así es como los paisajes de pueblos estadounidenses en las que se desarrollan vidas de aparente tranquilidad e inocencia muestran sus costados más siniestros tras sonrisas de publicitado consumo, como en ¨Terciopelo azul¨, en el que imágenes de colores brillantes en prolijos jardines familiares nos conducen abruptamente a la presencia subterránea de lo indicial que contiene una perturbadora dislocación, inquietante y misteriosa: una oreja humana cortada entre extraños bichos que se mueven en el pasto, como una alegoría que anticipa los claroscuros de una confusa historia.
Si para Macedonio ¨el estilo de ensueño es la única forma posible del Ser, su única versión concebible. Y el Ser es porque es un sueño , es decir, una plenitud inmediata¨, las películas de Lynch nos llevan a pensar, para decirlo tratando de construir un diálogo con Macedonio, que no todo soñar es el de los ojos cerrados. Ponen en evidencia que el arte, como los sueños, amplían nuestros horizontes de percepción y de acción, y que es ahí donde pueden hallarse esquivas relaciones de causalidad. Es en ese intersticio entre el sueño y la vigilia, como en toda zona indefinida, en las que las barreras restrictivas e inhibitorias se levantan voluntaria o involuntariamente (consciente o inconscientemente), se manifiesta que puede haber belleza en lo monstruoso y lo abyecto, así como horror y jocosidad en lo aparentemente armónico y sometido a un prolijo orden institucionalizado.
Las puertas de acceso a las producciones de los artistas aquí puestos a dialogar no son sencillas, ofrecen caminos incómodos que se resisten a ser recorridos rápidamente. Cuesta encontrar los sentidos laberínticos de ideas que se ocluyen en obtusos ángulos filosóficos, estéticos y marcadamente místicos. En las decisiones narrativas lyncheanas se hace palpable, lo que sostiene Macedonio Fernández, ¨nada de lo real es algo que no sea sentido¨. La percepción, la afección y la representación es lo que constituye a la realidad externa y al Yo.
Macedonio argumenta que la disparidad entre la relación extrínseca e intrínseca del Ser, consiste en que ¨el deseo o voluntad tiene acción directa sobre la imagen y no sobre la sensación, así como también la imagen la tiene sobre el deseo¨. Pero además, continúa el autor: ¨el deseo tiene acción directa sobre una parte del mundo externo, sobre elementos exclusivamente del orden material, a saber: nuestro cuerpo, que, aunque nuestro es absolutamente un hecho de la materia¨.
David Lynch no deja de explorar las complejas relaciones entre deseo, cuerpo, imagen y sensación en sus films. En ¨Corazón salvaje¨ Lula descubre deseos sexuales que la incomodan inducida por el sórdido Bobby Peru; en ¨Terciopelo Azul¨, Jeffrey accede a cumplir los deseos de ser maltratada de Dorothy, fundados en los efectos de su relación abusiva a la que la somete el Frank, a través de perversas acciones que se funden en sus recuerdos. En ¨Carretera perdida¨, Fred asesina a su esposa y amantes, pero no es capaz de asumirlo, lo que deriva en fugas mentales o disociaciones, en las que adquiere nuevas identidades y proyecta su imagen en un misterioso personaje que funciona como una suerte de alter ego revelador de su costado más oscuro.
Sin pretensiones de redundar en las arenas del psicoanálisis, podemos decir que, allí, donde los deseos indeseables afloran, vale la pena recoger las grandes ideas (y revelaciones, ¿por qué no?), que como los peces más grandes y bellos, sostenía Lynch en “Atrapa el pez dorado”, sólo pueden hallarse en las profundidades y no en la superficie de las aguas cotidianas en las que insisten las preguntas sobre el Ser y el devenir.
Innumerables son las dimensiones analíticas para pensar en la obra de uno de los directores más trascendentes de la historia del cine: su formación en el arte plástico, su compromiso con la composición musical, las estructuras de montaje desconcertantes; pero mucho ya se ha escrito sobre eso. Elegí, por aproximaciones azarosas a los comentarios conmemorativos, poner el foco en lo que un conjunto de palabras asociadas me acercó abruptamente a la relectura del escritor argentino que el propio Borges dijo ¨imitar hasta el plagio¨, y que fue fuente de inspiración para los autores literarios más reconocidos de nuestro territorio, porque estas producciones artísticas, aunque de distinto orden, expresan en su plenitud la politicidad que implica habitar las renovadas formas que adopta en ¨malestar en la cultura¨. Asumir la falla, la incompletitud, lo díscolo y contradictorio y vivir con ello, proponer mundos posibles, batallar contra todo tipo de impotencia y resignación.
Lynch fue un artista prolífico, integral e incómodo para la industria del cine, pero que al mismo, entendió que en sus dinámicas reproductivistas y estereotipadas también hay lugar para acercarnos a cualquier forma en la que lo sublime pudiera manifestarse, y eso es porque abraza la poética de riesgos, que prefiere confiar en que el arte, en cualquiera de sus formas, se define y redefine en la interpretación, así como las identidades y la memoria lo hacen, dos de los topos transversales en su filmografía. Como advierte Macedonio en una interpelación directa a un potencial lector: ¨No clasifiques: ¡fantasías!, con desvío. Cotidiana tuya, como mía, es Fantasía¨. La historia no está nunca cerrada, ni será percibida de la misma manera, eso forja su trascendencia. Y, dicho en palabras del escritor argentino, eso mismo puede constituir ¨un alegato pro pasión contra el intelectualismo extenuante¨.