La dictadura de lo inmediato: ¿por qué Argentina no puede escapar del corto plazo?

Por Julieta Goldsman
En un país que vive al ritmo frenético del día a día, frenar la pelota para imaginar el futuro pareciera ser un lujo. Esta incapacidad para proyectar más allá del presente tiene costos profundos, tanto a nivel individual como colectivo. En Argentina, el cortoplacismo no solo domina la agenda política y económica, sino que también moldea y condiciona la mentalidad, los patrones de comportamiento y los intereses de una sociedad atrapada en la urgencia. Ahora bien ¿qué implica tener una «cultura de futuro», y por qué es esencial para el desarrollo de un país?
La cultura del futuro: ¿qué nos falta para construirla?
Yuval Noah Harari, en sus reflexiones sobre la humanidad, sugiere que la capacidad de imaginar el futuro es una de las herramientas más poderosas que los seres humanos han desarrollado a lo largo del tiempo. Esta habilidad no solo permitió a las primeras comunidades agrícolas planificar cosechas o almacenar alimentos, sino que también sentó las bases de proyectos colectivos complejos, como la construcción de ciudades, la ciencia moderna y la economía global. Harari lo llama la capacidad de “creer en ficciones compartidas” que organizan sociedades y las orientan hacia el futuro.
En el contexto de una nación, la cultura de futuro incluye tanto la planificación económica y política como un conjunto de valores y narrativas que une a las personas bajo un proyecto común, bajo una misma idea de progreso. Naciones como Corea del Sur y Finlandia han demostrado que invertir en educación, ciencia e infraestructura puede cambiar radicalmente el destino de un país, siempre que las políticas se diseñen con visión a largo plazo y se sostengan a través de las generaciones.
En Argentina, esta cultura de futuro se encuentra debilitada en gran medida como consecuencia de la inestabilidad política y económica, que fue programando en la sociedad argentina una mentalidad de supervivencia en el corto plazo. Esto explica en gran medida, los nuevos patrones de comportamiento y de consumo asociados al uso de redes sociales. Éstos, responden a la búsqueda de recompensas rápidas que requieran poco esfuerzo por parte de la juventud, lo que explica el incremento de adicciones como la ludopatía en este rango etario.
Los países que desarrollan con éxito un proyecto a largo plazo tienen en común tres ejes centrales: narrativas compartidas de progreso, confianza en las instituciones, y la educación como pilar fundamental y estratégico. Estos elementos propician un relato nacional que inspira a las personas a trabajar por objetivos comunes, generan la percepción de que las reglas y políticas serán consistentes y justas a lo largo del tiempo, y forman ciudadanos que piensan más allá de las necesidades inmediatas preparándolos para construir un proyecto tanto de vida como de país con miras hacia el futuro.
Instituciones débiles, sociedades estancadas
La falta de instituciones sólidas es otro factor crítico en el cortoplacismo argentino. Como señala Douglas North, premio Nobel en economía, las instituciones son las «reglas del juego» que permiten que las sociedades funcionen de manera estable. Esto incluye leyes, políticas públicas, sistemas judiciales y gobiernos que fortalecen la confianza y reducen la incertidumbre.
En Argentina, la debilidad institucional se manifiesta en la discontinuidad de políticas públicas y en la falta de acuerdos transversales que se sostengan en el tiempo, acuerdos generales que trasciendan ideologías y que planteen metas comunes y deseables para el país en su conjunto y no para un sector determinado u otro. Por ejemplo, mientras que países como Alemania o Suecia construyen políticas energéticas y educativas con horizontes de 50 años, en Argentina los proyectos suelen quedar subordinados a los ciclos electorales, con suerte de cuatro años, si es que las elecciones de medio término resultan favorables al oficialismo.
La ausencia de una visión común a largo plazo y de instituciones sólidas capaces de materializar una planificación consistente y sostenible, así como de generar confianza en su legitimidad, tiene consecuencias claras y palpables en el devenir del desarrollo argentino.
La falta de una inversión estratégica en infraestructura para desarrollar el sector energético, un sistema de transportes eficiente y una salud pública capaz de responder a las demandas actuales, reducen nuestra competitividad a nivel económico y no permiten mejorar la calidad de vida.
El sistema educativo, con reformas reactivas y superficiales, no se robustece desde hace décadas, sino más bien todo lo contrario, y deja a las futuras generaciones totalmente a la deriva, sin brindarles herramientas ni prepararlas adecuadamente para las demandas actuales del mercado laboral global.
Al mismo tiempo, los vaivenes institucionales y los cambios constantes en las reglas de juego, sumados a la falta de transparencia, las irregularidades permanentes y la negligencia en la función pública, fomentan la desconfianza en la sociedad y la impulsan a desarrollar estrategias de supervivencia que priorizan el consumo inmediato, en lugar del ahorro o la inversión.
¿Cómo pasar del cortoplacismo a la esperanza en el futuro?
La lógica del cortoplacismo se convierte en un círculo vicioso en el que las políticas públicas y el comportamiento individual de cada miembro de la sociedad se retroalimentan, funcionan como dos caras de una misma moneda. Salir de esta trampa requiere de un cambio de paradigma, de una transformación en la forma de hacer política, en la implementación de las políticas públicas y un cambio en la cultura y la mentalidad de una sociedad que necesita recuperar la confianza en el futuro.
Esto nos plantea la necesidad de construir un nuevo relato colectivo que sea capaz de generar consensos amplios y ponerse por encima de las ideologías, uniendo a los argentinos detrás de una narrativa que proponga un proyecto común; de apostar con inversiones sostenidas por sectores estratégicos como la educación, la ciencia y la infraestructura con políticas que trasciendan los ciclos electorales y económicos; e incorporar a los miembros de la sociedad en la planificación y monitoreo de las políticas públicas y en la auditoría de las instituciones para garantizar que respondan a los intereses colectivos.
La historia demuestra que los países que piensan en décadas, y no en meses, son los que logran prosperar. Si Argentina decide abrazar esta visión, todavía puede romper el círculo del cortoplacismo y construir un futuro que valga la pena soñar.
Y como se logra eso en un pais como argentina??