El neoliberalismo como proyecto civilizatorio: la destrucción del pacto moderno

Por Diego Motto
El neoliberalismo plantea una ruptura radical. No es solo capitalismo; es modernidad capitalista menos Derechos del Hombre, un proyecto que busca liberar al capital de cualquier límite ético, político o social. Al hacerlo, desarticula los fundamentos de la modernidad, esos mismos que, desde el siglo XVIII, guiaron tanto los avances como las luchas de la humanidad. Este artículo, enmarcado en un análisis crítico, busca desglosar las estrategias, objetivos y consecuencias de este proyecto, no solo para denunciar sus implicancias, sino también para plantear horizontes de resistencia y transformación.
El neoliberalismo y la ruptura con la modernidad
El neoliberalismo no es un modelo económico, sino un proyecto totalizante. Desde su concepción, ha pretendido algo más ambicioso que la simple desregulación de mercados: busca desmontar las bases mismas de la modernidad como constructo civilizatorio. Este constructo, que emerge de la combinación histórica entre la Ilustración y el capitalismo, supuso una ecuación dinámica, con tensiones internas, pero que logró establecer ciertos parámetros de racionalidad, derechos y progreso que, aunque limitados y contradictorios, sirvieron como horizonte para amplias luchas populares.
La Revolución Francesa, con su tríada de libertad, igualdad y fraternidad, no solo marcó un punto de inflexión en la historia política y social, sino que también estableció un marco de referencia universal para las aspiraciones humanas. Aunque estas aspiraciones se vieron comprometidas desde el inicio por las lógicas del capitalismo, la modernidad logró articular una relación tensa, pero funcional, entre el progreso económico y los derechos colectivos.
El neoliberalismo, por el contrario, busca desarticular este pacto histórico, reemplazando la razón ilustrada por la lógica del capital como eje rector de la vida humana. Donde la modernidad aspiraba a equilibrar el crecimiento económico con la justicia social, el neoliberalismo elimina cualquier pretensión de pacto, elaborando un sistema en el que los sujetos pasen a desear lo que el capital necesita para su reproducción ampliada.
Para entender la profundidad del proyecto neoliberal, es esencial captar su núcleo: no se trata simplemente de liberalizar mercados o reducir el tamaño del Estado, sino de construir un nuevo marco civilizatorio donde los derechos universales son reemplazados por las demandas del capital. Esta visión no es accidental, sino el resultado de una estrategia deliberada que tiene raíces en las ideas de los economistas liberales de los años ’30, quienes ya cuestionaban la ‘carga’ que representaban los derechos humanos y sociales para el funcionamiento del capitalismo.
Se plantea así, en términos simples, un capitalismo despojado de cualquier compromiso con los principios ilustrados. En este nuevo constructo, la libertad ya no se entiende como un derecho humano, sino como la capacidad del capital para operar sin restricciones. La igualdad y la fraternidad, valores fundamentales de la Revolución Francesa, son descartados como ilusiones peligrosas que interfieren con la eficiencia del sistema.
La mercantilización total y la subjetividad neoliberal
El neoliberalismo no solo amplía los márgenes de lo mercantilizable; redefine las fronteras mismas de la mercancía. En este modelo, la lógica del capital penetra en todas las dimensiones de la vida, desde la salud hasta las relaciones personales, convirtiendo incluso la identidad individual en un producto vendible. Si antes existían esferas donde primaban otros valores —la solidaridad, los derechos colectivos o las tradiciones comunitarias—, hoy esas áreas son subsumidas en un mercado que todo lo absorbe.
Este proceso no solo afecta lo material; también impacta en lo simbólico. La educación, por ejemplo, deja de ser un derecho universal y se convierte en un producto al que solo acceden quienes tienen capacidad de pago. La salud ya no se entiende como un deber del Estado, sino como un servicio regido por las leyes de oferta y demanda. En este contexto, la promesa moderna de los derechos del hombre es reemplazada por una lógica de mercado que contempla y gestiona la exclusión.
Uno de los mayores éxitos del neoliberalismo radica en su capacidad para reconfigurar las subjetividades humanas, adaptándolas a sus necesidades sistémicas. Este proyecto de ingeniería social, que algunos teóricos han llamado «la creación de una tercera naturaleza», no solo destruye los lazos comunitarios, sino que refuerza un modelo de individuación extrema, donde el ser humano se percibe como una entidad aislada, autogestionada y responsable exclusiva de su destino.
La tecnología digital, con sus redes sociales y plataformas de consumo, juega un papel central en este proceso, funcionando como dispositivos de control que monitorean y modelan los deseos, emociones y comportamientos de millones, captándose la energía gregaria no ya en el vínculo persona a persona, sino en un nuevo interfaz hombre- máquina que nos tiene como objetos de experimento. Así, se consolida un sujeto funcional al sistema, predispuesto a ser movilizado desde la pirámide del poder de acuerdo a indicaciones afectivas y/o morales más que racionales.
Un ejemplo paradigmático de esta dinámica es el creciente fenómeno de la financiación de la vida cotidiana. Las deudas personales, los seguros médicos, e incluso el acceso a la educación y la vivienda, se convierten en vehículos para la generación de plusvalor, dejando a millones de personas en situaciones de precariedad extrema. Este proceso no es un accidente, sino una estrategia deliberada para naturalizar la lógica de la mercancía como el único marco de interpretación válido de la realidad.
La gobernanza del descarte
Si la modernidad se caracterizó por la expansión de derechos, aunque de manera desigual y contradictoria, el neoliberalismo introduce un nuevo paradigma: el descarte masivo de poblaciones consideradas innecesarias. En este modelo, las grandes mayorías no son vistas como sujetos de derechos, sino como «residuos» que deben ser gestionados con el menor costo posible.
Este descarte no es solo material, sino también simbólico. Las poblaciones excluidas no solo pierden acceso a recursos básicos, sino también su lugar en el relato oficial de la sociedad. Los barrios cerrados, las ciudades segregadas y la proliferación de discursos que criminalizan la pobreza son expresiones concretas de este fenómeno, que consolida una visión del mundo donde la desigualdad no solo es aceptada, sino legitimada como parte de un orden «natural».
Una de las estrategias más controvertidas del neoliberalismo es su capacidad para cooptar las estructuras del Estado. Contrario a las tesis que plantean la desaparición del Estado, este modelo lo transforma en un agente subordinado a los intereses del capital, encargado de garantizar las condiciones necesarias para el libre flujo de mercados, pero desvinculado de su rol histórico como garante de derechos y bienestar colectivo.
Esto se traduce en la deslegitimación sistemática de lo público, promoviendo narrativas que asocian la gestión estatal con la corrupción, la ineficiencia y el atraso, mientras se ensalza la supuesta superioridad de las soluciones privadas. Este proceso, que incluye desde la privatización de servicios básicos hasta la desregulación de sectores estratégicos, no solo debilita la capacidad de los Estados para intervenir en favor de las mayorías, sino que profundiza las desigualdades estructurales.
Re-imaginar el pacto humano
Frente a este panorama, la resistencia no puede limitarse a una defensa nostálgica del constructo moderno, sino que debe plantear un nuevo horizonte civilizatorio, capaz de superar tanto las limitaciones de la modernidad, como las lógicas destructivas del neoliberalismo. Un nuevo contrato social uno que trascienda las contradicciones del pasado y articule un futuro basado en la justicia social, la sostenibilidad ecológica y la solidaridad global.
Esto implica un cambio de chip de parte de quienes no nos acostumbramos a este presente. Resulta necesario reflexionar sobre qué elementos defender de la herencia moderna, pero también profundizar en un análisis sistémico del neoliberalismo como proyecto civilizatorio, con el objetivo de identificar cuáles son los elementos y fuerzas que ha desatado, que pueden a su vez erigirse como una palanca para la construcción de un sistema mejor.
La Revolución Francesa, con su audaz proclamación de derechos universales, nos recuerda que lo imposible puede ser alcanzado. Hoy, más que nunca, necesitamos recuperar ese espíritu revolucionario, no como un retorno al pasado, sino como una inspiración para construir un mundo donde la vida humana y la naturaleza sean el centro de nuestra civilización.