Trump, Milei y la lógica resultadista
El reciente triunfo de Donald Trump confirma la hipótesis de que el avance de la derecha global no era un viento pasajero y permite analizar las recientes elecciones argentinas bajo otro prisma.
Julieta Goldsman
¿Y CÓMO NO IBA A GANAR TRUMP? Seguro habrás escuchado sobre “el avance de la derecha a nivel mundial”. Es entendible, el título pega y estremece. El problema llega, como muchas veces, cuando uno rasca un poco la etiqueta: ¿Qué significa hoy en día ser “de derecha”?
Esta pregunta podría llenar miles de páginas, principalmente porque casi todo es de derecha hoy en día. Un término que se ha vuelto tan elástico que abarca desde un nacionalismo anti inmigración y proteccionista hasta la santificación del libre mercado, pasando por conservadurismos culturales y discursos políticos estridentes, mediáticos y hasta hollywoodenses. Podemos decir que el ascenso de Javier Milei y de Donald Trump son parte de esta nueva tendencia, de avance o recomposición de la derecha a nivel mundial. Mejor dicho, de la reaparición de populismos de derecha con tonos digitales.
Más allá de los matices que podamos identificar entre ambas figuras, estos personajes comparten una narrativa anti-establishment y una retórica desafiante, contestataria. Muchas veces observar fenómenos similares en otras partes del mundo nos permite identificar comportamientos locales que se desdibujan o no se ven tan claramente, empañados por la escena cotidiana.
Entonces, ¿qué elementos podemos tomar del triunfo de Trump en EEUU para analizar los movimientos de la sociedad argentina?
Luces y sombras
Para comprender por qué el electorado decidió inclinarse por estas alternativas, primero necesitamos hacer un análisis lo más objetivo posible, despojado de emocionalidad o cargas de valor, teniendo en cuenta que la gente suele optar más por los resultados de las políticas que por ideología.
En este sentido, si algo podemos decir de la presidencia de Donald Trump es que no todas fueron pálidas para el pueblo norteamericano. Muy por el contrario, previo a la pandemia, Trump pudo presumir la tasa más baja de desempleo en los últimos 50 años, como resultado de un cambio en la política fiscal que incentivó la inversión, generando puestos de trabajo en el sector industrial y por la repatriación de filiales de empresas estadounidenses que operaban en el exterior.
A su vez, tuvo una política exterior y de defensa que disminuyó la presencia militar de EE. UU. en el extranjero, cerrando algunas bases y reduciendo el número de tropas en países como Irak, Siria y Afganistán. Sin embargo, su política de “América Primero” lo enfrentó a China y los efectos de la guerra comercial sumada a su pésima gestión de la pandemia fueron como un tiro en el pie que no le permitió lograr la reelección en su momento (con intento de golpe de estado de por medio).
Ahora la pregunta sería ¿Cómo logra imponerse nuevamente? Y en ese sentido vemos una dinámica muy similar a la que se presenta en Argentina: evidentemente existe una porción determinante del electorado que oscila entre candidatos que se presentan como opuestos, sin encontrar contradicción en ello ¿en busca del mal menor, quizás?
Electorado en movimiento: la danza del mal (menor)
Una porción nada despreciable del electorado que votó a Cristina en el 2011, cuando ganó con el 54%, y a Alberto Fernández en 2019, acompañó a Milei en el 2023. Si comparamos los mapas electorales de 2019 y 2023, vemos una gran cantidad de provincias que estaban pintadas de celeste, en la elección del 2023 se tornaron totalmente violetas.
Es el caso de Catamarca, Chaco, Chubut, Corrientes, Jujuy, La Pampa, La Rioja, Misiones, Neuquén, Río Negro, Salta, San Juan, Santa Cruz, Tierra del Fuego y Tucumán. En Estados Unidos se dio un fenómeno similar, especialmente en los estados pendulares como Michigan y Wisconsin, donde Obama ganó en 2008 y luego Trump en 2016 y 2024, habiendo perdido en 2020 contra Biden.
En la última elección, Trump triunfó en lugares supuestamente hostiles para los republicanos, como algunas zonas de la muy poblada California. Parece que el electorado, en ambos países, cambia de lealtades buscando resultados, no ideologías. Estos cambios reflejan el interés del electorado por liderazgos que den respuestas más efectivas a sus preocupaciones inmediatas, en contraposición a un voto más “ideologizado”. En criollo, muchos no se casan con NADIE.
¿Una nueva democracia?
Esta volatilidad electoral nos deja una pregunta inquietante: ¿estaremos entrando en una era de democracia más consciente o, por el contrario, este fenómeno muestra la adaptación de la política a la etapa post industrial y digital del capitalismo? ¿Se volverá la política un mercado de votos donde los ciudadanos cambian su preferencia sin ningún compromiso a largo plazo como se cambia la marca de gaseosa?
Parece distópico, pero la tendencia es clara. Ni Milei ni Trump son casos fortuitos o errores en la matrix. Son parte de la primera camada de políticos forjados en la era de las redes sociales. Mientras tanto la izquierda, el progresismo y la socialdemocracia siguen intentando hacer campaña para un electorado que ya (prácticamente) no existe, en términos y con medios que la ciudadanía en general no entiende ni comparte y con lógicas más antiguas que Mirtha Legrand. Después nos preguntamos por qué perdemos…