El Leviatán libertario y la diplomacia del papelón

Por Gonzalo Armua
En un mundo que arde y se inunda, literal y metafóricamente, por la crisis climática, la desigualdad y los conflictos internacionales, uno esperaría que el gobierno de Argentina, por respeto a su tradición diplomática, al menos intentara no hacer el ridículo. Pero no. En un tiempo récord, el presidente Javier Milei ha transformado nuestra política internacional en un show grotesco de incoherencias, despropósitos y negacionismos. Lo peor no es el papelón; lo peor son las consecuencias.
COP29: El ecocidio como política de Estado
Empecemos por el escándalo de la COP29. Mientras delegados de todo el mundo debatían en Azerbaiyán sobre cómo frenar la catástrofe climática, Argentina decidió retirar a su delegación en plena cumbre. ¿La razón? Una orden directa desde la Casa Rosada para hacer evidente la visión de Milei: el cambio climático no existe, y las políticas ambientales son una conspiración globalista. Así lo ha dicho el presidente repetidas veces, con su habitual tono dogmático, en un discurso donde mezcla citas de autores libertarios con un desprecio evidente por los datos científicos.
El retiro de la delegación fue un gesto de desprecio a la comunidad internacional y un mensaje claro de que Argentina ha decidido abandonar cualquier responsabilidad en la lucha por un planeta habitable. Mientras países pequeños y vulnerables claman por financiamiento para adaptarse a la crisis, nuestro gobierno optó por cruzarse de brazos y abandonar la sala, dejando un vacío donde antes había liderazgo. Para Milei, esto no es un problema: en su mundo, el Amazonas es solamente un río a explotar, y el agua dulce, un recurso para privatizar.
Lo irónico es que este gobierno, que se jacta de defender los intereses del país, está socavando nuestra posición en uno de los debates más importantes de la historia. ¿Qué será de nuestras economías regionales cuando las sequías se profundicen? ¿Qué ocurrirá con las comunidades más pobres cuando falten agua y alimentos? Estas preguntas, evidentemente, no le preocupan al presidente, ocupado como está en su cruzada contra el «ecologismo colectivista».
ONU: la soledad como estrategia
Si la COP29 fue un desastre, lo que ocurrió en la ONU es aún más vergonzoso. En cuestión de días, Argentina votó en contra de dos resoluciones que reconcilia a los estados con su poblaciones postergadas y débiles: una sobre los derechos de los pueblos indígenas y otra para prevenir la violencia contra mujeres y niñas. Y no, no fue que nos abstuvimos, o que tuvimos alguna reserva técnica. Votamos en contra. Fuimos el único país del mundo que se opuso a ambas resoluciones. El único.
El argumento oficial fue que estas resoluciones formaban parte de «agendas ideológicas» que el gobierno no está dispuesto a apoyar. Es curioso, porque en el discurso oficial de Milei la ONU es un «leviatán de múltiples tentáculos» que oprime a las naciones soberanas. Sin embargo, en lugar de aprovechar el espacio para plantear propuestas concretas o disentir con argumentos, Argentina decidió jugar el papel del niño caprichoso que abandona la sala. Estados Unidos e Israel, con quienes este gobierno busca aliarse, apoyaron ambas iniciativas. Nosotros no. Aplausos para el «genio» detrás de esta estrategia.
La resolución sobre la violencia contra mujeres y niñas buscaba combatir el acoso en entornos digitales, un problema gravísimo que afecta la vida de millones. Para Milei reconocer este tipo de problemas es una afrenta a su visión libertaria. Y en cuanto a los derechos de los pueblos indígenas, su desprecio no es ninguna sorpresa. ¿Cómo va a apoyar una resolución que defiende a quienes históricamente han protegido los recursos naturales, cuando su modelo económico depende de entregárselos al mejor postor?
¿Una política exterior o una performance?
La estrategia diplomática del libertarismo de Milei no tiene ninguna lógica. Por un lado, ataca a la ONU como un bastión del colectivismo, pero no duda en buscar acuerdos bilaterales con potencias como Estados Unidos, cuya política exterior muchas veces coincide con los intereses del «leviatán» que tanto desprecia. Por otro lado, se aleja de nuestros socios históricos en la región y en el Sur Global, desmontando décadas de trabajo diplomático para construir alianzas estratégicas.
¿Qué ganamos con esta estrategia de aislamiento? Nada. Perdemos credibilidad, influencia y, lo más importante, la posibilidad de liderar debates esenciales para nuestro futuro. Argentina era reconocida por su capacidad de diálogo y mediación, incluso en los contextos más difíciles. Hoy, somos vistos como un país que no solo carece de rumbo, sino también de seriedad.
El costo de la soberbia
Las decisiones de este gobierno no son solo una cuestión de estilo o retórica; tienen consecuencias reales. Al abandonar la COP29, nos quedamos fuera de discusiones clave sobre financiamiento climático, transición energética y justicia ambiental. Al votar en contra de resoluciones en la ONU, enviamos un mensaje de desprecio a las mujeres, niñas e indígenas de nuestro país y del mundo. Estas decisiones no solo afectan nuestra imagen; afectan nuestra capacidad de construir un futuro viable y posible.
El problema de fondo es que Milei confunde soberanía con aislamiento y libertad con desinterés. No entiende que la verdadera soberanía no se ejerce desde la soledad, sino desde la cooperación. No comprende que los desafíos globales no se resuelven con discursos incendiarios, sino con compromisos concretos y responsables.
Resistencia en clave global
Ante este panorama, la tarea de una oposición responsable no es solo resistir en lo local, sino también proyectar una voz alternativa en lo global. Porque mientras Milei intenta destruir nuestra reputación internacional, hay movimientos sociales y políticos, comunidades indígenas, feministas y ambientalistas que siguen luchando por una Argentina y un mundo más justos. Se debe alzar la voz en todos los espacios posibles, desde los foros internacionales hasta las calles de nuestro país.
El libertarismo de Milei no es un proyecto sostenible; es un experimento destructivo que terminará chocando con la realidad. Cuando eso ocurra, y desde ahora, se deberá reconstruir los puentes, restaurar las alianzas en Nuestra América y recuperar el lugar que Argentina merece en el mundo: no como un paria aislado, sino como un faro de justicia y solidaridad.
Hace unos meses estuve en Argentina, y me provocó mucha tristeza escuchar de muchas personas el malestar que prima con respecto al gobierno ultra neoliberal de Milei. No termino de comprender cómo una nación con niveles de educación, y se supone que de conciencia social elevados, le dio el respaldo electoral a este tipo.