30 de abril de 2025

¿Qué es la Violencia Familiar? Patriarcado y Violencia de Género

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El gobierno de Javier Milei no solamente eliminó el Ministerio de Mujer, sino que además
desactivó todas las políticas de ayuda a las mujeres víctimas de violencia familiar. A esto se le
suma el discurso antifeminista de los intelectuales libertarios y su militancia de redes. Frente a
esta avanzada reaccionaria volver a hablar de estos temas, y darle la importancia y el lugar
que se merecen dentro los graves problemas que enfrenta nuestra sociedad, es una tarea que
se debe tomar con nuevo impulso. El artículo que sigue es el primero de una serie que
esperamos aporte al debate y colabore para que estos temas ocupen el lugar de relevancia que
merecen tener
Marcela Giandinoto

Hablemos claro: La Perspectiva de Género no es una “ideología”. Es un enfoque de análisis. Este
enfoque visibiliza las relaciones de poder subyacentes en las relaciones entre varones y mujeres i y
pone en cuestión las bases discriminatorias -violentas- de nuestra sociedad en pos de transformarlas,
con el propósito de lograr una sociedad más equitativa.
Cuando hablamos de Género hablamos, básicamente, de las relaciones entre los sexos, que son
relaciones de poder. Estas se dan en un marco particular: el Patriarcado. Este es, ni más ni menos, el
sistema social en el que vivimos: un sistema jerárquico de relaciones sociales, políticas, económicas
que se sirve de la diferencia biológica entre los sexos ii, para establecer, reproducir y mantener al
hombre -al varón adulto- como parámetro o referencia de la humanidad. Nótese que “lo femenino”
en nuestra sociedad se define por oposición a “lo masculino”, por la ausencia de características
valoradas “masculinas”. No es extraño escuchar desvalorizaciones del tipo: “Llorás como una
mujer”, “hablás tanto que parecés una mujer”. En el Patriarcado, el varón adulto se otorga el derecho
de dominar y controlar basándose en una supuesta superioridad biológica, de la que deriva que se
haya impuesto como proveedor y protector.

El Patriarcado instituye una serie de privilegios para el hombre en detrimento de la mujer e
institucionaliza sobre esa base el dominio masculino sobre las mujeres iii El varón adulto queda
instalado en el rol dominante, y las mujeres en el lugar subordinado. El “detalle” a notar es que el Patriarcado resulta exitoso porque cuenta con el apoyo de los dominantes, y también con el acuerdo (sea consciente o inadvertido) de las sometidas. La “mentalidad patriarcal” no es patrimonio exclusivo de los hombres; con todo, las posiciones de varones y mujeres con mentalidad patriarcal no son simétricas. Ellos asumen el rol de sometedor, de quien impone normas, que les fue atribuido por haber nacido varones. Ellas, en cambio, asumen como natural el lugar subordinado. Y reproducen esos lugares al educar a los hijos y las hijas. En oposición al Sexo, que es un concepto biológico, llamamos Género a una construcción social e histórica que incluye los roles, características, valores, expectativas, atribuidas diferencialmente a
las personas según hayan nacido varones o mujeres. Generalizando, a ellos se les enseña a
imponerse, y a ellas, a agradar; mientras que ellas deben hacerse cargo de tareas domésticas, cuidar a los hermanitos, etc., a ellos no les dan esas tareas “porque son varones, son brutos y no cuidan”; a ellos se les permite ser “revoltosos” o “rebeldes”, “porque son varones”, de ellas esperan que sean más “dóciles” y “tranquilas”. La socialización de género (que es diferencial, por ser la enseñanza sobre cómo ser varón y cómo ser mujer) genera profundas consecuencias en las personas. Es imprescindible visibilizar que el Patriarcado, este sistema social tal como está vigente, es el caldo de cultivo que prepara la aparición de la violencia de género. Esta violencia es la que sufren las mujeres e identidades feminizadas por parte de los hombres, en razón de su género. El Patriarcado prepara la aparición de esta Violencia porque instala la discriminación (establece un lugar de subordinación femenina), discriminación que es, ya en sí misma, violencia. El concepto de discriminación está en la base de uno de los principales instrumentos normativos de DDHH sobre mujeres: la CEDAW, Convención para la eliminación de la discriminación contra la mujer, de 1979.
La violencia de género tiene por finalidad reproducir y mantener a la mujer en un rol subordinado
respecto del hombre, característico de la sociedad patriarcal. Entonces, el Patriarcado prepara el
terreno para la violencia de género, y a su vez, la violencia de género (teniendo en cuenta su
finalidad), sirve al Patriarcado y lo realimenta. Cuando el hombre identificado con los valores
patriarcales (como particular, pero también como miembro de instituciones patriarcales, como la
Justicia) siente amenazado su lugar de poder, es habitual que recurra a someter por medio de la
violencia. Violencia que siempre presupone una diferencia de poder entre agresor y víctima.
Cuando pensamos en términos de DDHH, lo primero que pensamos es que son universales, para todos y todas por igual. Pero encontramos que no hay una igualdad real en el acceso y goce de
derechos. Para garantizar la igualdad de derechos de las personas pertenecientes a determinados
colectivos más expuestos que otros a trato discriminatorio o abusos por parte de quienes pertenecen
a sectores dominantes, se instituyeron, dentro de los DDHH, los llamados “Derechos de los Grupos
específicos”iv. Estos se han ido plasmando en instrumentos normativos internacionales a los que los
Estados Parte deben adecuarse. En nuestro país, los Tratados de DDHH poseen jerarquía constitucional.
Para atender a una parte importante de las necesidades del colectivo “mujeres” se sancionó en
nuestro país, en 2009, la Ley 26.485 “Ley de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales” (sobre el modelo de la Convención Interamericana de Belén do Pará, de 1994). Esta Ley tiene por objeto eliminar la discriminación entre mujeres y varones en todos los órdenes, y garantizar una vida libre de violencia y sin discriminación, entre otros. En ella se define la violencia contra la mujer poniendo de manifiesto que esta se basa en una relación desigual de poder. Allí se plantean Tiposv y Modalidadesvi de las violencias. El problema es que no todas son obvias: tan naturalizadas están que incluso las víctimas frecuentemente no las identifican como violencias.

Hablemos de violencia familiar


Para la Ley 26.485, la Modalidad de la violencia llamada Doméstica es “aquella ejercida contra las
mujeres por un integrante del grupo familiar, independientemente del espacio físico donde ésta
ocurra, que dañe la dignidad, el bienestar, la integridad física, psicológica, sexual, económica o
3 patrimonial, la libertad, comprendiendo la libertad reproductiva y el derecho al pleno desarrollo de
las mujeres”. Define al grupo familiar como “el originado en el parentesco sea por consanguinidad o
por afinidad, el matrimonio, las uniones de hecho y las parejas o noviazgos. Incluye las relaciones
vigentes o finalizadas, no siendo requisito la convivencia.”
La abrumadora mayoría de agresores son hombres adultos. Pero con esto no se está diciendo que
todos los varones sean violentos, sino que dentro del universo de las personas violentas, la mayoría
son hombres. Y las víctimas? Mayoría de mujeres y niñas, y luego, niñosvii. Los hombres violentos
han sido socializados bajo un modelo que consagra la violencia como modo de resolución de conflictos, pero además se han plegado a él sin cuestionarlo.
El modelo familiar más tradicional, rígido, con autoridad máxima masculina, es el terreno más fértil
para el desarrollo de todo tipo de violencias. Allí se intenta borrar de plano cualquier disenso o
conflicto familiar. Asimismo, precisamente al traspasar la mujer los límites tradicionales (al
convertirse en principal o único sostén económico, o al lograr superarse por el estudio o el trabajo,
etc.), esto no es tolerado por su pareja, que se siente “amenazado en su hombría” y es aquí cuando
intenta, como se dijo anteriormente, retomar su lugar de poder mediante el ejercicio de la violencia.
Se trata de poner a la mujer en su lugar. Someter y aleccionar a quien se desvía van de la mano.
La característica habitual del hombre que ejerce violencia doméstica es su “doble cara”: una cara
pública amigable, mansa, y otra violenta, en el ámbito privado (su familia). Por eso, muchas veces
cuesta creer que ese hombre afable sea quien aterroriza a su familia.

¿Existen indicadores que alerten sobre la posibilidad de que el novio/pareja/marido pueda resultar o
sea una persona violenta? Sí, hay algunos a tomar en cuenta. Lo típico: Dice que la ama y la extraña
todo el tiempo, y por eso la llama muchas veces por día e interrumpe lo que esté haciendo,
interrumpe conversaciones con otras personas, la distrae de sus tareas, es decir: la controla y la
boicotea; aparece por su trabajo, su lugar de estudio, la casa de sus amigas: la vigila; le exige las
contraseñas de la computadora o celular, le lee los mensajes: invade su privacidad; le hace escenas
de celos, le controla cómo se viste, con quiénes se junta, habla y chatea, habla mal de sus amigas y
dice que “le llenan la cabeza”, no tolera que tenga amigos ni compañeros varones, intenta alejarla de
su familia, desestima el amor que otras personas le tienen, no la deja “salir sola”(sin él); la compara
con otras personas constantemente; le exige tener relaciones sexuales cuando ella no quiere o de un
modo en que no quiere, y si se niega le dice que se buscará otra, o la fuerza; le exige que deje el
trabajo o el estudio, o una vez casados, le impone que deje de trabajar, menospreciando sus ingresos,
o le asegura que no necesitará hacerlo y podrá quedarse en la casa (como si las tareas domésticas no
fueran trabajo no remunerado…) refiriendo que él le dará todo y la tendrá “como una reina”. Una
reina prisionera, sin disponibilidad de dinero propio ni independencia. Es habitual que quien ejerce
violencia logre aislar a la mujer de su familia y de su entorno de amistades, comunitario, laboral y
de estudio. Todas estas acciones constituyen violencia. Pero como a las mujeres se las suele criar
para interpretar como muestras de amor lo que en realidad son actos de control, estas situaciones
suelen ser difíciles de detectar. No es necesario que haya golpes para que haya violencia. Esta
violencia suele iniciar de modo más sutil, y su dinámica muestra una intensidad crecienteviii y un
carácter cíclico.ix

¿Qué hacer?
¿Qué hacer cuando tomamos conocimiento de que una amiga, una hermana, una vecina se
encuentran atravesando una situación de violencia, o cuando la violencia nos traviesa?
En principio, cuanto antes se detecte, mejor. Acompañar, no juzgar. Cada mujer que sufre violencia
debe hacer su propia experiencia, esto es: cada una tiene sus tiempos hasta hacer “el click” que le
permita reconocerse como víctima y poder pedir ayuda. En general, este pedido se da luego del
episodio agudo del ciclo de la violencia, cuando hay una mayor separación entre víctima y agresor
debido al daño padecido. No debe minimizarse la situación, ni intentar que la mujer “se reconcilie”
con su pareja, porque eso la puede arrojar a una situación de mayor gravedad. Puede que sólo logre
pedir ayuda una vez. Y sólo se logra salir del ciclo de la violencia por intervención externa.
Ayudar a quien está en situación de violencia familiar puede resultar muy frustrante. Gran cantidad
de mujeres no logran tomar la determinación de separarse, y muchas, a pesar de haberlo hecho,
vuelven con el agresor. Hay diversas razones. Una de gran peso es que aún aman a su agresor (en
realidad, al hombre del que hace tiempo se enamoraron, y que vuelve a aparecer en la fase de “luna
de miel”). Otras razones tienen que ver con ideales sociales (pensar la separación como un fracaso,
pensar que deben “soportar” todo por los hijos y las hijas, etc), otras con condiciones materiales (no
tener cómo mantenerse ellas ni a los hijos y las hijas), etc. Frecuentemente encontramos también el
llamado “Síndrome de la indefensión aprendida”x, por el cual la persona que ha experimentado
repetidamente el fracaso en su intento de salir de la situación de violencia empieza a sentirse
impotente y a ver todas las eventuales acciones de protección como inútiles o inconducentes. Prima la pasividad, y deja ya de intentar una salida.

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i Siempre que aquí se hable de “mujer” debe leerse “mujeres e identidades feminizadas” (personas trans, disidencias sexuales) porque todas quedan
ubicadas en el polo “no masculino”.
ii Diferencia binaria, ya que parte en dos -varones y mujeres- a la humanidad, desconociendo su complejidad.
iiiTomando una definición general de Patriarcado de Kate Millet (Política sexual, 1969), podemos decir que este es el fundamento de la dominación de
los hombres sobre las mujeres y las relaciones de poder por medio de las cuales se lleva a cabo tal dominación masculina. Las sucesivas civilizaciones
occidentales han tenido un carácter patriarcal que se mantiene vigente; se cuenta con la capacidad del patriarcado para adaptarse a los diversos
sistemas políticos, económicos y culturales. El feminismo considera que “lo privado”, la familia y la sexualidad son ámbitos de poder y dominación
masculina en relación a las mujeres.
ivEsos grupos específicos son, entre otros: las mujeres, lxs niñxs y adolescentes, las personas del colectivo LGTBIQ+, lxs migrantes, las personas con
discapacidades, las personas de pueblos originarios, etc.
v Tipos: Física, Psicológica, Sexual, Económica y Patrimonial, Simbólica. Agregado de 2019: Política.
vi Modalidades: Refieren a los ámbitos o escenarios donde los distintos tipos de violencia se desarrollan: Violencia Doméstica, Institucional, Laboral,
Contra la Libertad Reproductiva, Obstétrica, Mediática. Agregados posteriores: en el Espacio Público (conocida como “acoso callejero”, 2019),
Público-política (2019), Telemática o Digital (“Ley Olimpia”, 2023).
vii Los niños (varones) ocupan un lugar “feminizado” en relación al varón adulto, y suelen ser percibidos como una extensión de la madre.
viii La Intensidad reciente refiere a que cada episodio evidencia un nivel mayor de violencia: lo que empieza por un “comentario desubicado”, o una
burla, va escalando a un tirón de pelo, un empujón, una cachetada, una trompada, una golpiza, una violación, y puede llegar al femicidio.
ixEl Ciclo de la violencia (descripto por Leonore Walker en La mujer maltratada, 1978), tiene tres fases: 1) la acumulación de tensión (sumatoria de
pequeños “roces”), 2) el episodio agudo de golpes (con una importante gradiente) y 3) la “luna de miel”, posterior el episodio agudo: hay pedido de
perdón, promesa de no hacerlo más, intento de congraciarse con ella o “reconquistarla”, luego de lo cual la mujer lo perdona y le da otra oportunidad.
Esto es ocasión para que todo el ciclo se reinicie.
xRefiere a lo postulado por Martin Seligman, Indefensión, 1981.

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