Una familia muy normal

El mal desempeño del gobierno precipita escenarios políticos y discusiones. El justicialismo no es la excepción. De dónde viene el enojo de CFK con Kicillof y qué puede ocurrir en adelante con el conflicto que atraviesa familias y organizaciones.
Enrique Arriaga
Para el 2027 falta una eternidad… ¿Falta una eternidad? El tiempo de la política no es lineal y el prematuro desgaste del gobierno nacional acelera los preparativos y estrategias, prácticamente sin excepción, en todos los campamentos.
Uno de los elementos lo aporta la prestigiosa encuestadora Zuban Córdoba. En la última versión de su ya tradicional “Domingo de datos”, muestra que en cada una las veintitrés provincias argentinas y en la ciudad que se percibe autónoma y con aspiraciones de provincia, las imágenes positivas de los gobernadores superan, y en algunos casos largamente, la imagen del presidente.
En la comparativa, Milei pierde con otros “nuevos” que como él, iniciaron su mandato hace apenas diez meses, como Martín Llaryora en Córdoba o Ignacio Torres en Chubut, pero también frente a los “viejos”, los que arrastran todo un mandato previo (o más) de desgaste. Esta lista incluye a Gildo Insfrán, a Sergio Ziliotto y al protagonista de la semana, el gobernador bonaerense Axel Kicillof.
Aunque los hechos recientes son conocidos para el público politizado, para muchos todavía cuesta, más que entender, aceptar esta nueva realidad, que esperamos sea transitoria, efímera. Repasemos.
Quintela anunció su voluntad de presidir el PJ meses atrás y cosechó el respaldo de AK, cuya relación con CFK y su mesa chica comenzó a enrarecerse con el cierre de listas de 2023 y nunca se enmendó. Ese antecedente, ya un tanto lejano, es clave para comprender la situación actual.
Tal vez el primer capítulo de la historia reciente haya sido el acto del club Atenas de La Plata, con Máximo Kirchner como único orador, donde se estrenó el hit “te presto la mía”. Siguió un tuit de Wado, la visita de CFK a la parroquia del Padre Tano en La Matanza y luego la formalización de su postulación “para enderezar lo que se torció”.
“No me pueden bajar con un tuit”, comentan que dijo Quintela, quien nunca dejó de profesar respeto y admiración por la dos veces presidenta y ahora será el vehículo transitorio del antikirchnerismo, y en especial del anticamporismo, que anida en algunas provincias, a caballo de viejos reclamos federales y anticentralistas.
Pero el problema acá no es con Quintela. Voces del entorno de CFK dijeron con todas las letras, después de los elogios del gobernador a su mentora en el multitudinario acto de Berisso, que pretendían que se pronunciara explícitamente por ella. “Desagradecido”, “Judas”, “Poncio Pilato”, fueron algunas de las calificaciones dirigidas al gobernador.
Kicillof, a quien todos observaban, consciente de la compleja encerrona en la que estaba, ensayó un gesto de autonomía. En su texto buscó expresar el enojo acumulado estos meses, plantear una definición, mostrar independencia sin doblar la apuesta; “Quintela no es mi candidato”, “yo no lo subo ni lo bajo” y, tal vez lo más importante, “la lógica de sometido o traidor no dio buenos resultados”. Como buen libriano, intenta abandonar la casa familiar sin generar un drama, ¿lo logrará?
Mientras, los portales opositores se deleitan titulando que “Kicillof cruzó al kirchnerismo”, como si él mismo no lo fuera, como si en esta disputa no hubiera kirchneristas en ambas listas. Pero, ¿por qué no puede ser Kicillof el candidato de Cristina y todos contentos? Porque 2019 fue hace mucho tiempo. El antecedente penoso del gobierno fallido de Alberto Fernández está muy vívido en la memoria de la sociedad y de la dirigencia. No se admiten más virreyes ni presidentes delegados.
El peronismo no bonaerense, el del resto del país, viene observando a Kicillof. No confiará su suerte a nadie que, además de parecer buen candidato, no tenga madera de jefe político. Kicillof tiene por delante un camino extremadamente complejo para llegar a la casa de gobierno. Sino mostraba autoridad, y decidía hacía cualquier otra cosa, sencillamente era el fin del camino.
El hijo político de Cristina, tal vez el que más seriamente se toma sus palabras, viene tejiendo allende la provincia de Buenos Aires y, más importante aún, más allá del peronismo: con Llayora, con Ziliotto, con amarillos como Torres, con radicales como Pullaro y siguen las adhesiones. Cualquier similitud con lo que hizo Lula en Brasil o con lo que pregona CFK con Lousteau y los sectores democráticos del Pro no es casualidad, es unidad de concepción. Es su mejor alumno. Lo que CFK dice pero no necesariamente hace, el “enano” lo ejecuta, sin preguntar.
La interna peronista, que como los divorcios de parejas cercanas atraviesa organizaciones políticas, familias y grupos de amigos, es una excelente noticia para el gobierno, porque logró, al menos por ahora, desplazar al conflicto universitario a un segundo lugar. La esperanza que persiste en la gran familia peronista es que, como los gatos, los peronistas cuando se pelean se están reproduciendo, construyendo las bases de un futuro más feliz. Y que, como afirmó el senador José Mayans, uno de los que intenta bajarle los decibeles al conflicto y poner una cuota de racionalidad, “al día siguiente estaremos todos juntos”.