Sobre la libertad y su némesis, la locura.

Por Martín Vega, artista audiovisual (autor del documental en edición “Última oportunidad”, que versa sobre las cuitas, los talentos y demás condiciones del mejor bajista argentino, Gustavo Giles).
Antes de tocar el timbre de la casa de la calle Fructuoso Rivera, en Villa Lugano- barrio que nace y muere según las décadas, es decir, según quién gobierne -, D me dice: ¿no te pasa que antes de tocar un timbre crees qué el que viene a abrir es un desconocido, un marciano o incluso alguién que conoces, como seguro será ahora, y el que te abre piensa : ¿y este idiota quién es?
Y sí, claro que pienso lo mismo, siempre me pasa eso que me preguntas.
Quién abre es la persona correcta, la que siempre está, y que estará. Es la Ñata, la madre de Gustavo Giles; al vernos, claro, nos sonrió y dijo: están en el fondo.
El fondo era un cuadrado donde convivían un poco de pasto amarillento, un pasillo, y la sala de ensayo que Gustavo, junto a su hermano baterista, habían armado. Caminamos hacia allí con el cassette “Mariposa nocturna” de Donald Fagen en la mano. Un ejemplo de tantos. Así comenzaba otra de las noches hermosas en Lugano.
Esa casa era la libertad, no porque hacíamos lo que queríamos sino porque pasaban cosas que en nuestras casas no pasaban. En esa casa no había tiempo; en esa casa pasaban músicos; en esa casa se ensayaba,se improvisaba; en esa casa se hablaba; en esa casa la Ñata cocinaba a cualquier hora; en esa casa escuchábamos música a un volumen imposible, de barrios de casas bajas. Hoy cada tanto escuchamos esos murmullos del pasado pero en monoambientes infestados de vecinos desconocidos, y claro, como presos, a muy bajo volumen.
La libertad es algo que aparece cuando uno deja de elegir- allí no se elegía- se tomaban las cosas como aparecían, hasta la muerte se la tomaba como venía. Avanzados los 80 murió Don Héctor, el padre de Gustavo. En un principio todo siguió aparentemente igual pero no pasó mucho tiempo para que las fisuras se vieran. No hay cosas o circunstancias en las que no haya fisuras y el peor atajo es ocultarlas y allí se tomó ese atajo. A los pocos años se enfermó la Ñata y también murió y ya la mesa ya no pudo sostenerse. Esa libertad que tanto nos había atraído empezaría a complicarnos y las drogas, que en un momento también habían representado la libertad, empezaron a representar otra cosa. La libertad se contrae y se expande según aprendamos a utilizarla. Es como la historia que tarde o temprano nos corrige. La libertad al igual que la verdad: no siempre son un buen destino, no son virtudes. Se resignifican, y al resignificarse abren un nuevo espacio para pensar una mirada nueva, un encuadre que se nos escapó en el pasado, una pintura nueva con los mismos colores ya utilizados antes por miles de pintores.
En la película Dogville, Lars Von Trier dibuja un pueblo en el piso y los protagonistas entienden que allí hay un pueblo real. Lo mismo nos pasa al ver la película, el pueblo dibujado en el piso de repente es más real de lo que creíamos al inicio. También pasa con la libertad, que al principio parece no existir, y luego es muy real, hasta que en un momento dejamos de ver las fronteras.
Sin embargo, ser libre significa estar entre amigos. «Libertad» y «amigo» tienen en el indoeuropeo la misma raíz: “Enfermedades como la depresión y el síndrome de burnout son la expresión de una crisis profunda de la libertad. Son un signo patológico de lo que hoy la libertad se convierte, por diferentes vías, en coacción” nos dice Byung-Chul Han.
Última: “que está al final de una línea de una serie o de una sucesión”. Oportunidad: “momento o circunstancia oportunos o convenientes para algo” (Real Academia Española).
El significado de última oportunidad por separado es este que nos ofrece el diccionario de forma bastante precisa, pero la última oportunidad de la que hablamos aquí ofrece un umbral infinito de posibilidades no como final sino como inicio. Donde termina el lenguaje no empieza lo no dicho sino la materia de la palabra. Así sucede en la escritura. Mientras leo construyo mi lectura con la materia de la palabra, aún si el escritor haya escrito solo con el significado, aún si lo que leo sea historia porque siempre la materia artística prevalece en nosotros. El que lee es el más importante dentro de este círculo, o el que mira un cuadro, o el que mira una película, o el que ve teatro, o el que vive, como Gustavo Giles, en la última oportunidad.