Un año del intento de magnicidio contra Cristina: la impunidad de hoy llama al crimen de mañana

"La mano que paró la bala", ilustración original de Rodolfo Parisi.
Por Lorena Pokoik, legisladora porteña MC y candidata a diputada nacional por CABA.
En su excelente novela “Nos quedamos sin invierno”, el escritor Gerardo Adrogué narra, desde los ojos y las palabras de un argentino que lleva casi dos décadas viviendo en Nueva York, los restos de nuestro país tras una prolongada guerra civil. En ese universo literario, el disparador del conflicto bélico es un crimen político, que tiene a una de las más queridas y respetadas líderes como víctima.
Poco importa si Adrogué escribió su novela antes o después de lo sucedido hace un año en Juncal y Uruguay. Pudo haber sido antes o después, porque las señales de que algo así podía ocurrir estaban -están- a la vista desde hace rato. De atrás para adelante: hubo un intento de magnicidio porque antes hubo proscripción judicial y linchamiento mediático, si hubo esto es porque antes hubo causas armadas y persecución y se inoculó, gota a gota, día a día durante muchos años, veneno en la sociedad. Un veneno que atraviesa todo: edades, geografía, clases sociales.
Algunos ingenuamente nos ilusionamos. Creímos que el destino nos daba una oportunidad más como sociedad, tal vez la última, de desescalar el conflicto y el odio. Uno que crece como las llamas y amenaza con devorarlo todo. Como en las peleas de familia o pareja, a veces hacemos contacto visual por un segundo y a partir de eso desarrollamos un pacto tácito, silencioso. “Paremos esta locura”. Sólo que acá, en la familia disfuncional que es la política argentina, nada de eso ocurrió.
La presidenta del Pro y candidata presidencial de JxC, Patricia Bullrich, un año después, sigue sin condenar el intento de magnicidio. No sólo eso: una asesora del diputado Gerardo Millman -autor de la célebre frase “cuando la maten voy a estar en la costa”- declaró que su teléfono fue borrado en las oficinas de la fundación de Bullrich. Desde su entorno, echaron a rodar la versión del autoatentado.
La jueza a cargo parece más que conforme con juzgar a Fernando Sabbag Montiel y Brenda Uliarte, cuando sobran indicios para investigar a los Caputo y otras figuras del poder. Conclusión: en la Argentina actual se puede atentar contra una figura política, sale gratis. Entonces, ¿quién está a salvo?
Hay quienes ven la violencia política en nuestro país como un continuado desde la conquista española. Tal vez sea cierto, pero si todo es violencia, entonces se naturaliza y les hacemos el juego a los asesinos. Creo que hubo, hay, en cada siglo, hechos que implican saltos en esa continuidad. Hubo actores que promovieron esa violencia y otros que se vieron empujados a ella, con muy pocas opciones. El crimen de Dorrego en el siglo XIX fue uno. Los bombardeos del 55 y los fusilamientos del 56 fueron otro, el siglo pasado. Cada crimen impune funciona como incentivo para un nuevo baño de sangre.
Hace un año, junto con las imágenes de Cristina bajando del auto, nos horrorizaba ver el regreso de la violencia política y la ruptura del pacto democrático. Hoy estamos un poco peor. Al otro se le sigue negando la condición humana, pero ya no desde las redes sociales y canales de televisión. “Dinamitar”, “arrancar”, “aplastar”, son ahora los verbos favoritos de un candidato a presidente.
Nadie puede solo, por su propia voluntad, reparar esto. Pero cada uno puede, desde donde le toca, imaginarse las preguntas que le tocará responder en un futuro, de su conciencia, de sus nietos, de los historiadores, en tanto contemporáneos de un momento tan oscuro. ¿Dónde estabas? ¿Qué hiciste para parar la locura?
Por último, queda una -mínima- esperanza. En estos tiempos de sobredosis de pantallas, redes y algoritmos, se puede hacer y decir prácticamente de todo sin tratar al otro, sin tenerlo enfrente. La tecnología dominante, en cierto punto, alienta la cobardía. La esperanza es que los asesinos, los instigadores, los inoculadores de odio, los perpetradores en general, miren a los ojos a sus víctimas. Si eso ocurre, empieza otro partido. Ojalá.