Una historia del deporte argentino, a propósito del recorte en las becas de los atletas olímpicos. Dedicado a la “Peque” Pareto y a su entrenadora, Laura Martinel.

Por Daniel Roncoroni
El impresionante avance social logrado por el peronismo también se reflejó en el deporte: millones de pibes a las risas e integrándose, y cientos de jugadores de élite que se formaron en esa década donde se impulsó la creación de una inédita cantidad de clubes de barrio y asociaciones de todo tipo. Aquella gesta le dio un nuevo formato a la infancia y a la adolescencia de los cabecitas negras; si antes era el trabajo infantil, ahora los pibes correteando con la panza llena. Acerquémonos a ese paraíso: Campeonatos Evita, Guantes de Oro, bicicleteadas que duraban días, esgrima, la radio que traía los motores de Fangio y de Froilán González. Y también el examen físico de los participantes que mensuraba condiciones y explicaba de bacterias: la primera vez que el Estado los observaba para acariciarlos. En el primer peronismo los antes excluidos laburaban, eran atendidos en hospitales, viajaban como tías de provincia y estudiaban gratuitamente, como hipóstasis de la felicidad. Remedando los torneos internacionales, miles de aficionados de ajedrez participaban en lides colectivas. Mi abuelo, inmigrante sirio-libanés que intentaba acercarse con el lunfardo fue el primer tablero del club de nuestro barrio. De la Ley de Residencia a la Fundación Evita. Y prosaicos: del proyecto campero-mediático a la AUH. En tanto, el básquetbol argentino había logrado triunfos que lo ubicaban en la vanguardia mundial: Campeones Mundiales en 1950, Campeones Mundiales Juveniles en 1955, Campeones Universitarios en 1953. Y, consecuencia del proceso político del momento, estadios llenos en los torneos locales. Tal descaro que imbricó clases populares y desarrollo armónico apadrinado por la tutela estatal puso en tensión las reglas del amateurismo que, décadas atrás, redactaron las burguesías globales para reproducir en los campos de juego la opresión que generaban en toda la realidad. Atentados. Contubernio de milicos, políticos y curas. Cientos de civiles muertos. Cae el General. Funde, todo, a negro. Los subversivos del orden democrático avanzaron con todo. Armaron una Comisión Nacional de Investigaciones que constaba de 49 comisiones que se ocuparon desde la compra de chasis por parte de YPF hasta de las actividades deportivas, con la excusa de hurgar posibles actos de corrupción; blanco sobre negro, distrajeron con amarillismo el desmonte del sistema peronista a golpes de asesinatos, intervenciones, desaparición de cuerpos, represión obrera, censura. En el apartado deportivo, se ensañaron con los muchachos del básquet. Fueron por un nombre de fuerte prosapia peronista, el Racing Club, que había participado de giras internacionales y estaba conformado por los mejores jugadores del momento. Los juzgan de profesionales por, entre otros considerandos, haber “introducido al país treinta y cuatro (34) heladeras y lavarropas”. A los días, el gobierno usurpador, decreta el fin de la Comisión. Pero el daño estaba hecho. A partir de allí, la Argentina esperará 30 años para recuperar el terreno perdido cuando, con León Najnudel al frente, un grupo de visionarios lanzó la Liga Nacional de Básquetbol.