25 de diciembre de 2025
fran

Por Julián Otal Landi

“Hay un horrible monstruo con peluca

Que es dueño en parte

De esta ciudad de locos.

Hace que baila con la banda en la ruta

Pero en verdad les roba el oro…”

(Seru Giran, 1982)

La reciente paliza al campo ¿popular? en las elecciones del pasado domingo, provocó nuevamente pases de facturas entre las diversas tendencias opositoras al gobierno que se autodefinen como “peronistas”. Sin embargo, más allá de si los intendentes se comprometieron o no con el proselitismo, o si Cristina boicoteó una vez más a sus potenciales adversarios internos, o si el alto porcentaje de abstención haya potenciado la diferencia; lo importante es darse cuenta de que los motivos de la derrota son multicausales, que hay problemas estructurales profundos que superan las rencillas políticas y los desvaríos libertarios: se trata de una crisis ontológica de carácter terminal.

Hace unos días conversé ocasionalmente con una hija de españoles, que residió durante varios años en nuestra madre Patria y regresó hace unos años. “No te creas que ellos están mejor que nosotros”, me confiaba. Un poco desconcertado le pregunté en qué sentido, y lo que ella me afirmaba es que en España habían vuelto los tiempos de Fernando VII. A nosotros nos suena de refilón aquel Rey porque había sido el cautivo de Napoleón, cuya ausencia soberana impulsaba en nuestras tierras la constitución de gobiernos propios. Aquellos acontecimientos se recuerdan dentro del marco de la gesta heroica donde sucede el despertar del sentir nacional con las denominadas “Guerras de Independencia”. El emperador Bonaparte había designado a su hermano José para modernizar España bajo la impronta revolucionaria francesa. A la intromisión de José, junto a la ocupación de las tropas francesas, se respondió con resistencia armada, aunque muchos ilustrados españoles ofrecerían sus servicios a José I con la intención de arrancar a España del atraso absolutista. Para muchos historiadores contemporáneos, como así también para los clásicos, esta actitud significaba una traición a la Patria, para ellos fue una alternativa con fines nobles de profunda honestidad intelectual. Aquellas figuras que caerían en desgracia por la efímera experiencia de José Bonaparte fueron bautizadas como los “afrancesados”. Los «patriotas españoles», defensores de los derechos de Fernando VII, «cautivo» en Francia, le daban un sentido peyorativo y negaban la legitimidad que el estatuto de Bayona había designado a José I como «rey de España e Indias» y le llamaban el «rey intruso». No obstante, Fernando VII bautizado por la sabiduría popular magistralmente como <<El deseado>> no sería precisamente un Rey justo. Luego de su restauración en el trono sumergió a España en una profunda crisis ontológica, el reino perdía territorios, su economía no lograba repuntar y los cambios necesarios para mejorar las condiciones de vida de los sectores postergados nunca fueron tenidos en cuenta.

Toda esta perorata es para ilustrar que a veces hay que rasgar la superficie para ver la realidad. Aún estamos azorados, tratando de buscar traidores, cipayos y vendepatrias cuando hace décadas que se abandonó nuestra educación a la suerte del progresismo. Nos hicieron creer, después de la derrota de Malvinas que el sentimiento nacional era reaccionario y autoritario, y que, finalmente, lo correcto era adecuarse al virtuosismo socialdemócrata. Los “afrancesados” de hoy (con perdón de los afrancesados ya que al menos ellos tenían una proyección a futuro) no ven nada de malo en que nos sometamos a Estados Unidos y que se ponga el cartel de venta de nuestra soberanía porque ellos no encuentran nada seductor en el campo opositor… Apenas una “Fernandina” cautiva, bailando en el balcón, y un montón de reproductores de sentido y consignas que parecen pertenecer a un antiguo régimen que se resiste a desaparecer. Es duro para nosotros, los que aún creemos en la fuerza colectiva del pueblo, en la defensa de nuestros valores soberanos, semejante impertinencia y sin razón.

Sin embargo, hemos contribuido a este cambalache. Debemos tomar conciencia y emprender la titánica tarea de combatir los sentidos que están establecidos desde ya hace demasiado tiempo. Días atrás, nuestro amigo y colega Facundo Di Vincenzo nos advertía sobre la necesidad de re-visitar a nuestros pensadores, que “algo habían hecho/dicho” y, sin embargo, luego de la última dictadura, con el nacimiento de una nueva era democrática, todas las discusiones sobre los proyectos de nación quedaron “demodé”.

Los afrancesados de hoy, son resultado del abandono de un proyecto real de nación y de un Estado preocupado por formar argentinos. Sin embargo, hablar en la actualidad sobre dichas cuestiones parecen teñir las palabras en blanco y negro. No se trata de caer nuevamente en aquella frase trillada de Gramsci donde “lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer” sino, por el contrario, “lo nuevo” es un engendro que está transitando la preadolescencia.

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