Hablemos de la locura

Por Paula Pérez Hernández
Hace unos días fui a ver Alejandra, obra unipersonal guionada y actuada por el maravilloso Martín Rechimuzzi, que trata el tema de la salud mental. Es una pieza artística que aborda la problemática con una ética, un respeto y una humanidad que lleva a pensar y a reflexionar, por fuera de los lugares comunes y los prejuicios temerosos.
Lo que escribo no lo hago como médica, ni especialista, pero sí como nieta, sobrina, hermana, hija de pacientes psiquiátricos e incluso como una persona que estuvo en una internación en hospital de día durante algunos meses. A veces se cree que la problemática de la salud mental es el problema de unxs pocos, de los loquitos esos, de los raros y que se limita a los loqueros o manicomios. La realidad demuestra, cada vez más, que las enfermedades psiquiátricas se extienden a toda la sociedad, que es algo que nos atraviesas a todas las personas. En todos los círculos, grupos, familias hay alguien que está atravesando por alguna enfermedad mental en algún nivel.
La ciencia demostró la incidencia de los factores genéticos en el desarrollo de estas enfermedades, pero además de esta certeza yo estoy convencida de que enfermedades psiquiátricas también son resultados de una falla social (o más que falla, una deuda). Estas enfermedades también se generan y porque los sentimientos/ideas/patrones/dinámicas destructivas aparecen y se van instalando en la vida social, se mantienen y se hacen carne. Entonces se produce una normalidad alternativa que se integra a la realidad personal y la modifica.
Es cierto que, cuando ya ‘‘se está loco’’ existen momentos en donde la razón resiste y la persona conecta de forma lógica con la realidad, pero el corazón, la cabeza y el cuerpo ya están sumido en eso ya es la “otra normalidad”. Entonces ¿cómo discernir entre estas realidades antagónicas y opuestas? ¿Sólo se trata de encontrar un buen tratamiento médico?
Será cuestión de encarar, mantener y cuidar un proceso largo y desafiante, pero no imposible. Tenemos que ser humildes y sinceros con nosotros mismos. Estar alertas cuando notamos que la preocupación abunda, el insomnio llega, las crisis son recurrentes, no le encontramos sentido a nada, nos sentimos víctimas de la vida, sentimos que la felicidad y la plenitud nos pasa por el costado, cerca, pero que no nos toca.
Lo más difícil pero también lo más sanador es darnos cuenta de que no estamos solos. A nuestro alrededor hay personas que también están llevando adelante sus vidas con aciertos y errores. Es como abrir las ventanas y dejar que entre el aire fresco y la luz del sol. Y aunque sea una frase hecha de esas que se escriben en tazas: “La felicidad está en las pequeñas cosas’’. Tomar un café con esa persona que quizá hace mucho no ves pero que te hace sentir bien, o caminar por la calle que ya caminamos tantas veces y nos trae recuerdos, sentarnos en el banco de la plaza y ver la vida pasar, comprar en el almacén del barrio y hablar con el que atiende. Todo esto pueden ser pavadas, pero también pueden ser remedios maravillosos contra este tembladeral en el que vivimos.
Comunicarnos con las personas que queremos y nos quieren, hablar, pero sobre todo escuchar. Ir al encuentro con las otras personas nos hace percibir que hay mucho de nosotros en los otros. Y que afuera hay mucho de nuestro mundo. Más de lo que podemos imaginar. En la comunicación el mundo se expande, y con muy poco podemos hacer muchísimo bien. Cosas como enviar un mensaje de vez en cuando a esa persona que sabes que lo necesita, invitarla a caminar un rato debajo del sol, visitarla en su casa con algo rico para merendar con los mates.
Reconozco, y vivo, lo difícil que es acompañar a personas con enfermedad psiquiátrica. Cada uno sabe hasta donde puede y creo que respetar nuestros límites es fundamental para que la compañía se pueda sostener. Tampoco es cuestión de olvidarse de una misma por encargarse del otro. Tenemos que aceptar que no podemos curar ni sanar a nadie, pero podemos colaborar en hacer que la vida sea mejor. Para nosotros y para los que queremos.
En estos tiempos de extremo individualismo, de la venta incesante de falsas ilusiones, de tantas sonrisas impuestas solo para la foto, de falta de empatía e incluso de destrucción de la salud pública y el hostigamiento a nuestros médicos, hablemos de salud mental y aprendamos que detrás de todo diagnóstico siempre hay una persona y que nunca, pero nunca, alguien se salva solo.