El infierno por asalto

Gobierno anarco capitalista, revolución, contrarrevolución y expectativas
Por Daniel Gray
A Lenín se le atribuye la frase, repetida hasta el cansancio: “Hay décadas en las que no pasa nada y hay semanas en las que pasan décadas”. La idea es que los hechos de la historia no avanzan con la misma velocidad que el tiempo que los contiene, medido en años o semanas. Porque puede darse que los integrantes y sucesos de una etapa histórica se mantengan estables y sus progresos se den sin alteraciones durante décadas.
Pero, por otra parte, las transformaciones radicales y violentas en economía, instituciones políticas, vida social y relaciones exteriores, que suceden en una etapa revolucionaria se dan en muy poco tiempo. Y la conmoción que provocan estos cambios aturde y confunde a los ciudadanos de esa sociedad.
Porque el mundo tal como lo conocían cambia y el cambio se da demasiado rápido como para comprenderlo. Y esto les pasa aún a quienes habían deseado y promovido ese cambio radical, porque esos cambios no están coordinados, ni controlados, ni son regulares, como tampoco se pueden prever los efectos inmediatos de esos cambios en la población.
La toma del poder por un grupo revolucionario siempre es atropellada, arrogante, e imprevista. En el grupo están los que poseen la formación teórica e intelectual que impulsa la voluntad revolucionaria, están los que apoyan estas ideas de forma general y sin mucha comprensión cierta de las ideas y, finalmente los arribistas y ventajeros que ven la oportunidad de aprovechar los beneficios de esos cambios.
De ese magma está compuesto el gobierno de La Libertad Avanza encabezado por el líder carismático, pero también recién venido, Javier Milei. Un líder que aún no sabe a quienes lidera, como tampoco sus seguidores saben el rumbo de esta revolución. Su gobierno resulta ser, entonces, un grupo de personas diversas que fueron convocadas por el líder, sin programa ni plazos, sin partido, con consignas grandilocuentes y vacías pero unidos por el voluntarismo revolucionario y “las buenas intenciones”.
El designado ministro de justicia, Mariano Cúneo Libarona, en una reciente entrevista realizada por Jorge Fontevecchia (emitida el sábado 30/12/2023) afirmó del gobierno libertario: “Es revolucionario, porque es un cambio revolucionario el que ha efectuado este gobierno de alguna manera por la situación de crisis que vivimos y con el mejor propósito que es beneficiar a la argentina y a la sociedad. Acá no es un grupo de trasnochados que se les ocurrió dictar normas ilegítimas, sino que es un conjunto de gente que trata de lograr que este país crezca.” Que nadie se confunda, no son trasnochados… son un conjunto de gente que quiere que el país crezca. Maravilloso voluntarismo.
Pero, vaya detalle, el gobierno de Milei y su revolución libertaria no es el resultado de ninguna revolución, sino que es el resultado de elecciones democráticas burguesas, como lo fueron los gobiernos revolucionarios de Salvador Allende o de Juan Perón.
La diferencia evidente es que, al momento de asumir, tanto Allende como Perón eran políticos de experiencia (experiencia breve pero intensa en el caso de Perón) y con un importante conocimiento del estado. Nada de esto tiene Milei. Su voluntad revolucionaria es atolondrada, e infantil y pretende transformar toda la Argentina a través de un DNU que él mismo no escribió, pero, más grave todavía, tampoco leyó, como tampoco lo hicieron sus ministros, ni sus representantes en el congreso.
Con un simple decreto intenta hacer un golpe de estado que le permita tener la suma del poder público y realizar todos los cambios que quiera, de una sola vez. Como si su gobierno fuera resultado de una guerra revolucionaria y no hubiera adversarios que lo puedan enfrentar. Como si no existiera el congreso, el poder judicial, la CGT, los movimientos sociales y los partidos de la oposición. Como si no existieran la democracia y la república.
Como sabemos, en el papel todo funciona, funciona el comunismo y funciona el anarquismo capitalista. Da lo mismo lo que se escriba en el papel, el papel no se queja, ni tampoco reclama. Pero cuando estas ideas, o cualquier otro ideario político, quiere imponerse a la vida social, se va a encontrar con fuerzas contrarias, conservadoras o progresistas, que lo van a cuestionar y, en el extremo, combatir.
Javier Milei y su deshilachado movimiento político de arribistas no están preparados para ese enfrentamiento. Como tampoco tienen conciencia histórica para comprender que sus ideas son viejas, como mear en los portones, y que ya fueron probadas y fracasaron. Lo único nuevo es la figura payasesca de Milei y su verba incendiara y vulgar, que atrajo a cientos de miles de jóvenes que miran tik tok y cientos de miles que lo votaron por enojo frente al fracaso del gobierno del Frente de Todos en el que habían confiado.
Ahora, en el presente inmediato, mientras el verano abrasa Buenos Aires y muchos se preguntan a quién votaron y no entienden por qué sube la nafta y la comida y ven cómo sus días de descanso en la costa o la sierra se escapan como arena entre los dedos, Milei, alejado de esas angustias, saluda desde el balón a las palomas y los paseantes de Plaza Mayo.
Los cambios revolucionarios no comenzaron aún, solamente nos encontramos con los efectos del amague, con los entusiasmos cada vez más débiles de liberales de distinto pelaje, con la palabrería de periodistas bien pagos por sus servicios. Estamos en las puertas del Infierno al que Milei nos quiere arrastrar con la seguridad de quien conoce el futuro y con la certeza alucinada del mesías que trae la nueva vida.
Un futuro infernal del que va a ser muy difícil volver si avanzamos y no le ponemos freno. Un infierno sin esperanza del que ya nos advirtió y cantó Dante y que, en la traducción de su admirado fundador de La Nación, dice: “Por mí se va, a la ciudad doliente; por mí se va, al eternal tormento; por mí se va, tras la maldita gente. Movió a mi Autor el justiciero aliento, hízome la divina gobernanza, el primo amor, el alto pensamiento. Antes de mí, no hubo jamás crianza, sino lo eterno: yo por siempre duro: ¡Oh, los que entráis, dejad toda esperanza!”