El “salvataje” de Trump a Milei es el nuevo pacto Roca- Runciman

Por Gonzalo Armua
El respaldo financiero que el Tesoro estadounidense le promete a la Argentina, a través de una línea de swap y eventuales compras de bonos, encuentra un antecedente histórico en el Pacto Roca–Runciman de 1933. Ambos episodios, aunque separados por más de noventa años y por contextos internacionales profundamente distintos, reproducen la misma lógica estructural de subordinación de la política económica nacional a los designios de una potencia hegemónica en momentos de crisis. El Pacto de 1933 fue en el contexto del derrumbe del comercio internacional tras la Gran Depresión que llevó a las élites conservadoras de la “década infame” a firmar con el Reino Unido un acuerdo que garantizaba la continuidad de las exportaciones de carne argentina a costa de entregar privilegios exorbitantes a los frigoríficos británicos y de consagrar la dependencia de nuestro país respecto de su antiguo metrópoli comercial. Este nuevo pacto, entre Trump y Milei, es consecuencia del derrumbe del plan de la nueva “tablita cambiaria” de Caputo que provocó la fragilidad cambiaria, la escasez de reservas y la presión de los mercados. Esta situación llevó al gobierno de Milei a rogarle al gobierno estadounidense un salvataje, que no constituye un gesto altruista sino un mecanismo de disciplinamiento geopolítico: el acceso a dólares frescos tiene como condición en necesario triunfo de LLA en las elecciones de octubre y la injerencia directa del Secretario del Tesoro en las decisiones económicas argentinas lo que preservaría la primacía estadounidense en un tablero global crecientemente multipolar.
El anuncio del respaldo financiero se inscribe en un entramado de relaciones internacionales que no admite lecturas simplistas ni interpretaciones exclusivamente económicas. Quien se detenga en el efecto inmediato de este gesto sobre la cotización del dólar o sobre la prima de riesgo argentino, quien se contente con subrayar el alivio coyuntural en los mercados de deuda y el entusiasmo de los operadores financieros, está perdiendo de vista la verdadera dimensión de la jugada. Porque detrás de la aparente racionalidad económica se proyecta la lógica de la transición hegemónica global, donde cada movimiento financiero es un instrumento de reposicionamiento geopolítico y cada promesa de rescate opera como engranaje de una estrategia más amplia.
El hecho de que este anuncio haya sido formulado en Nueva York, en el marco de la Asamblea General de Naciones Unidas, y acompañado de imágenes cuidadosamente difundidas del encuentro entre el presidente argentino y el presidente estadounidense, no constituye un detalle menor sino un signo de la convergencia entre espectáculo mediático y diplomacia simbólica. Trump necesitaba mostrar que, a pesar del declive relativo de la hegemonía estadounidense, aún dispone de recursos suficientes para “ayudar” y, a la vez, disciplinar a sus aliados periféricos. Milei necesitaba exhibir que su programa ultraliberal, sostenido en un ajuste feroz y en una apertura indiscriminada de la economía, no lo conduce al aislamiento ni a la marginalidad, sino que lo legitima frente al viejo hegemón. Ambos se sirvieron mutuamente: Trump, para reforzar su narrativa de liderazgo global; Milei, para dar oxígeno a una gestión acosada por la inflación, la recesión y la protesta social. Nuestra política exterior se resume en una ecuación simple: soberanía cero, obediencia infinita, y foto con los pulgares hacia arriba.
El respaldo de Trump, sin embargo, no se agota en esta convergencia de necesidades coyunturales. Se inscribe en un movimiento más profundo de reacción de Estados Unidos frente al avance del eje euroasiático y del Sur Global se despliega en múltiples dimensiones: desde la guerra arancelaria con China hasta la militarización de nuevas fronteras estratégicas, como el Ártico, la reactivación del Comando Sur en América Latina, y la intensificación de la batalla por el control de datos, inteligencia artificial y monedas digitales. Se trata de un repertorio de acciones que no responden a un repliegue resignado, sino a un intento de recomposición activa de la hegemonía, que combina coerción militar, innovación tecnológica, presión financiera y recolonización simbólica. Dentro de esa estrategia, América Latina aparece como un territorio de disputa, fuente de energía y minerales críticos, corredor logístico indispensable y espacio de experimentación político-militar.
La Argentina ocupa un lugar destacado en ese esquema. Los motivos sobran: su ubicación en el Atlántico Sur, su proyección hacia la Antártida, su potencial energético en Vaca Muerta y sus reservas de litio en el noroeste. Muestras concretas del avance estadounidense sobre la soberanía argentina son la visita de altos funcionarios del Comando Sur a Tierra del Fuego, los intentos de instalar una base naval integrada en el extremo austral y la presión para condicionar proyectos logísticos asociados a la iniciativa china de la Franja y la Ruta. El rescate financiero de Trump a Milei debe ser leído en continuidad con estas iniciativas. No se trata de un acto de generosidad, sino de la utilización de instrumentos financieros como sustituto o complemento de los mecanismos militares y diplomáticos de control. El dólar se convierte en arma de contención tanto como el despliegue de tropas o la firma de acuerdos de cooperación en seguridad. Pasamos de San Martín a Trump, la degradación es geométrica: pasamos del cruce de los Andes al cruce de cables para que el Tesoro nos habilite un crédito.
En un artículo de Gabriel Merino titulado “La danza del dragón, el elefante y el oso” se aporta otra clave fundamental para situar este acontecimiento. La configuración actual del sistema internacional no puede entenderse en términos de simple continuidad de la unipolaridad estadounidense, ni en el esquema binario de una nueva Guerra Fría, sino en la emergencia de un espacio multipolar en el que China, India y Rusia despliegan movimientos coordinados, aunque no idénticos, que buscan consolidar márgenes de autonomía frente a la presión de Occidente. El dragón chino, con su expansión tecnológica y su iniciativa global de infraestructura; el elefante indio, con su peso demográfico y su capacidad de innovación; el oso ruso, con su poderío energético y militar, constituyen polos de un orden en transformación. La metáfora de la danza resulta esclarecedora: frente a un águila norteamericana que insiste en defender sus privilegios históricos, los emergentes ensayan una coreografía de alianzas, equilibrios y resistencias que reconfiguran la arquitectura mundial.
En este marco, el respaldo financiero de Trump a Milei puede entenderse como la reacción de un hegemón que, consciente de su declive relativo, apela a todos los recursos disponibles para impedir que países como Argentina se deslicen hacia la órbita de esa danza multipolar. Una jugada que busca asegurar la alineación política de un país que, por su dotación de recursos y su posición geográfica, puede inclinar la balanza en favor de uno u otro bloque. Que la medida haya tenido un efecto inmediato en los mercados no debe llevarnos a engaño: el objetivo no es estabilizar la macroeconomía argentina, sino condicionar su inserción internacional en el marco de la transición hegemónica.
La historia reciente de América Latina ofrece numerosos ejemplos de cómo los instrumentos financieros han sido utilizados como mecanismos de disciplinamiento político. Desde los préstamos condicionados del Fondo Monetario Internacional hasta las presiones de los organismos multilaterales de crédito, pasando por los acuerdos bilaterales con Estados Unidos, la lógica ha sido siempre otorgar liquidez a cambio de reformas estructurales que consolidan la dependencia y limitan la soberanía. Lo novedoso en este caso es que el apoyo se presenta bajo la forma de un swap directo y de compras de bonos por parte del Tesoro, es decir, mediante mecanismos que combinan inmediatez, discrecionalidad y opacidad, y que refuerzan la dependencia del dólar como moneda de referencia mundial.
La pregunta que se abre es si la Argentina tiene la capacidad, la voluntad y el proyecto político necesarios para aprovechar las oportunidades que ofrece el nuevo escenario multipolar o si quedará atrapada, una vez más, en el círculo vicioso de la dependencia. Porque la emergencia de alternativas no garantiza automáticamente la emancipación: para que la danza del dragón, el elefante y el oso pueda convertirse en espacio de articulación autónoma para América Latina, es imprescindible que existan proyectos nacionales y regionales capaces de articular soberanía con integración. Sin ese proyecto, cualquier ventana de oportunidad se transformará en espejismo y cualquier rescate en cadena. La coyuntura actual exige, entonces, un esfuerzo de lectura estratégica que supere la mirada economicista y contable, y que sitúe cada gesto en el marco de la transición hegemónica global.
La Argentina, en este contexto, no es un actor marginal, sino una pieza de valor en el tablero: su litio, su energía, su posición geográfica, su capacidad de veto geopolítico la convierten en objetivo de las principales potencias.
El desafío no es menor. La ofensiva estadounidense se combina con la fragmentación interna y la ofensiva ideológica de una derecha que, bajo la máscara de la libertad, promueve un nuevo ciclo de dependencia. Pero también existen resistencias, memorias de luchas, tradiciones de integración regional que no han sido borradas. El concepto de Patria Grande, tantas veces invocado y tantas veces frustrado, puede adquirir en este momento un nuevo significado: no como utopía distante, sino como necesidad estratégica para enfrentar una disputa global que se libra en múltiples frentes. Argentina debe decidir si se limita a seguir el compás impuesto desde afuera o si se anima a componer su propia música, con los acordes de la integración regional, la defensa de los bienes comunes y la construcción de un desarrollo humano integral. La oportunidad está abierta, pero no durará indefinidamente. Y el rescate de Trump a Milei, más que un salvavidas, puede convertirse en una cadena que hipoteque, una vez más, el futuro de nuestro pueblo.
Con el pacto Roca – Runciman, en los años ´30, Argentina se había convertido en el frigorífico del Imperio Británico, en la actualidad nos convertimos en la vaca. La foto sonriente de Milei junto a Trump simboliza la metamorfosis de nuestra soberanía en un apéndice financiero del Tesoro de Washington, confirmando que, más allá de los discursos de libertad o de modernización, el núcleo duro de estas operaciones consiste en la reiteración de un mismo patrón: la negociación asimétrica donde lo inmediato se compra con la hipoteca del futuro.
El sueño de los libertarios era liberarnos del Estado… terminaron liberándonos de la Nación.