Conversaciones en el conurbano norte II

La Novela del poder
Por Enrique Arriaga
El Influencer Maquiavélico prefiere manejar él mismo, nunca le gustaron los choferes. Más a esta hora incierta, última de la noche o primera del día, en que la avenida Libertador está desierta y se ofrece ante él como una pista. Sólo lamenta la transmisión automática, si no fuera por eso el momento sería perfecto.
Cuando llega a La Quinta, los guardias lo reconocen y se sorprenden: es su primera visita tras una ausencia prolongada, de casi un mes. Enseguida lo dejan pasar y el Influencer se mueve por los caminos internos con la misma soltura que lo hacía por los del country en su adolescencia.
Atraviesa dos salones. En el tercero, demacrada, tensa, lo espera La Pitonisa. Sin Los Turcos, porque esa fue la condición que exigió para su regreso triunfal. Turcos y Gordos, antes aliados, llevan varias semanas comiéndose torres, alfiles, caballos y, por supuesto, peones, siempre cuidándose de no jaquear a la reina ni a su antagonista principal, el Influencer.
-Llegaste-, dice La Pitonisa. Se corre el pelo rubio, pajoso, que le cubre el rostro. El Influencer sigue de pie con los brazos cruzados. Observa los ojos hinchados, vidriosos, y piensa que, si no la conociera tanto, creería que estuvo llorando.
-Te escucho-, responde, lacónico, el recién llegado.
-No. Yo te escucho. Íbamos a generar conversación, a mostrar incorrección política… Y se nos cagan de risa en la cara.
-No puedo estar en todo. Ni siquiera participé en la producción. La idea era buena. ¿Vos te imaginabas que él podía…
-El tiene sus traumas, sus complejos, y hay cosas que ni yo puedo decirle-, interrumpe La Pitonisa, señalando la puerta de la habitación donde descansa El Huésped y se hace un silencio incómodo, espeso, que contrasta con los agudos con una nota de desesperación que La Pitonisa dejó flotando en el aire.
Al Huésped lo atormenta su aspecto físico, su altura y sus pies pequeños, entre otras cosas, y las redes sociales, el Teatro de la Crueldad, se hacen un festín cada vez que El Huésped hace esfuerzos por mostrarse como no es.
El Influencer camina dos pasos hasta su attaché, que dejó sobre un sillón de cuero capitoné y extrae una carpetita muy similar a las que El Huésped suele llevar a todos lados, incluidas las reuniones de estado más importantes.
-Tengo la solución-, dice el Influencer, saboreando su momento de gloria. Apoya la carpeta sobre el vidrio de la mesa ratona. La Pitonisa la mira pero no extiende la mano. El Influencer se lleva un cigarrillo a la boca.
-Contame. Ya no estoy en condiciones de leer.
-Hay que tunearlo. Todo.
-No te entiendo.
-Hay que dejar de photoshopear las fotos para intervenir sobre el original: Aspirarle la papada, extenderle los talones para que gane unos centímetros, hacerle los ravioles.
-¿Qué ravioles?
-El abdomen.
-Estás loco.
-No es la primera vez que me lo dicen.
-Va a parecer Ricardo Fort.
-Exacto. Esa es la idea.
-Va a ser un escándalo.
-Si salta, puede ser, pero hay que manejarlo con máxima carpa. Además, él no se anima a decirlo, pero creo que se muere de ganas.
-Pero no sé si va a estar de acuerdo.
-Ni se lo preguntamos. Lo hacemos y ya. Como un regalo. Tal vez ni se de cuenta.
La Pitonisa empieza a entusiasmarse con la idea y el Influencer lo nota. Sería, literalmente, el primer presidente de diseño. Ahora sí, toma la carpeta y empieza a pasar las páginas distraídamente.
Unos golpes suaves en la puerta interrumpen la conversación. “Pase”, ordena La Pitonisa y el personal de la casa deja, justo entre ambos, una mesa móvil con el desayuno servido.
-Pará, pará. ¿Y le vamos a dejar las llaves y la cédula verde del país a la Inquisidora, para que nos atropelle? ¿Por cuánto tiempo?
-Ya lo pensé. De ninguna manera. Hacemos todo acá. Armamos un quirófano, traemos profesionales de afuera.
-¿Nadie va a sospechar?
-Armamos un par de intervenciones con IA, si hace falta.
La Pitonisa muerde una medialuna de “La Vicente López”, donde iba a comprar cuando salía a pasear a su perro. Desde que El Huésped desconfió, ya casi no se preparan alimentos en La Quinta, todo viene de afuera.
-Hay algo que me sigue preocupando.
-Qué cosa.
-Van a decir de él lo mismo que de Petrina.
-Ya lo dicen.
-Pero que él no se entere, por favor-, suplica La Pitonisa, con voz trémula, y el Influencer, que vuelve a sentirse dueño del centro del ring ahora sí, se permite un café negro doble y una medialuna.